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viernes, 23 de noviembre de 2012

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

9 de Kislev de 5773



                  En el camino a Jericó (fragmento)
de S. Yizhar

Durante toda la noche pelearon casi a ciegas. Sólo por la mañana, cuando después de numerosos y sangrientos enfrentamientos cuerpo a cuerpo, sin apoyo ni directivas, lograron silenciar el intenso fuego jordano, descubrieron una callejuela que conducía al Museo Rockefeller. Allí se refugiaron los poco que habían quedado en pie, junto con los que habían llegado de otras compañías, abatidos todos por el agotamiento. La historia acerca del Monte del Templo les llegó más tarde, en una versión confusa.
Como ya dijera, sólo posteriormente me enteré de todo esto.
Cuando llegué a la Comandancia en Binienei Haumá, en Jerusalém, tratando de esclarecer por intermedio de viejos amigos qué, cómo y dónde, los encontré a todos embriagados por la victoria. La guerra estaba en su apogeo, todos se hallaban exhaustos, sin dormir, conmocionados e incrédulos frente al milagro, y nadie disponía de tiempo ni de paciencia para atender a un civil que venía a importunarlos con preguntas. Pero finalmente una migo mío, más calmo, me indicó que para conseguir la información debía dirigirme a Jericó.
Aunque todavía ignoraba todo lo que acabo de relatar, sentía cierta opresión que empañaba la euforia del reciente triunfo. Ni siquiera podía imaginar entonces que después de esa noche terrible, mi paracaidista atlético y amante de la aventura no querría regresar a Jerusalén por muchos años. Y que cuando todos entonaran conmovidos “Jerusalén de oro”, él ocultaría las lágrimas que hasta ese momento le eran extrañas y se rehusaría a participar de cualquier festejo.
Hoy en día existen seguramente toda clase de explicaciones para justificar por qué ese combate en las calles se desarrolló de tal manera. El tiempo fue borrando muchos interrogantes perturbadores y se aceptó la versión oficial acerca de cómo y por qué sucedió aquello. Y después de todo fue una victoria, y el Monte del Templo está en nuestras manos.
El camino hacia Jericó era un escenario en el cual el drama no había concluido y el telón aún no había descendido.
A los costados de la carretera, frente a Gat Shemanim, se veía una hilera de automóviles particulares medio aplastados por las orugas de los tanques, sin que se supiera exactamente por qué.
Acá y allá se oían todavía algunos disparos. El Muro y la cúpula dorada del Domo de la Roca aún no habían vuelto la hoja del calendario, y todo poseía la intensidad increíble de lo inesperado, como cuando se sabe que se ha producido un terremoto, pero todavía no se alcanza a comprender lo ocurrido en toda su dimensión. Y en el tramo siguiente ya comenzaron a verse, a ambos lados del camino, las columnas de los que venían huyendo.
¿Quién no sabe lo que son las caravanas de refugiados? ¿En qué lugar del mundo no se los ha visto, arrastrándose y transportando sus enseres, mujeres y niños, presos de un temor desconocido, y toda clase de impedidos sacados a la carrera, montados sobre burros, como si esto fuera ineludible y no hubiese otra opción, porque la rueda de la fortuna se invirtió y repentinamente te has transformado en un refugiado? Familias enteras se desplazan tratando de preservar lo más preciado, desorientados y sin esperanza, como hileras de hormigas oscuras, entre las que asoma de tanto en tanto una pañoleta blanca de mujer. El descalabro acaba de producirse y ya es una realidad, y cómo es posible.
A lo largo del camino se iban juntando más y más, a ambos lados de la ruta, en un silencio infinito, anonadados como si hubieran caído de un décimo piso, la mirada gacha, vacíos. Y el día avanzaba junto con la canícula.
En un cruce estaban parados dos soldados armados, vestidos con uniformes gastados de reservistas, que pedían ser transportados. También ellos se dirigían a Jericó en busca de su unidad, a la que habían perdido de vista. Yo lo había olvidado y ellos me recordaron que era conveniente viajar protegido. ¿Frente a quién? La derrota y la rendición eran visibles por doquier, y sólo las caravanas de gente con burros y bicicletas, y los míseros bienes que intentaban salvar, se arrastraban golpeados por la desgracia como por un mazazo, y el calor se hacía agobiante y enceguecedor.
Arribamos a Jericó y rápidamente nos enteramos de que los paracaidistas nunca habían estado allí, y nadie sabía dónde se hallaban. Pero las poincianas  habían florecido a la entrada de Jericó, cubriéndose de un rojo exuberante e increíble. Los dos soldados maltrechos que venían conmigo tampoco encontraron allí su unidad y nadie sabía nada, y en realidad, tampoco les interesaba. Jericó estaba fuera del radio de acción, fuera de la gran liberación y de los días del Mesías. Hacía el calor que suele hacer en Jericó. Delante de los soldados apostados junto a la barrera había una formación de botellas de color con bebidas, provenientes de alguna despensa que ya no pertenecía a nadie.
El automóvil hervía. le echamos agua con un bidón y llenamos otro, por si la sed volvía a acosarlo en el camino a Jerusalem. Todo estaba abrasado por el calor y librado a la ventura. Los dos soldados que habíamos recogido se acomodaron y comenzamos a ascender en medio de la polvareda blanquecina, por la carretera estrecha y empinada, cuyo asfalto ya comenzaba a derretirse. Pero cuando alcanzamos cierta altura, divisamos algo que nos hizo detener...
*****

Yizhar Smilansky (verdadero nombre de S. Yizhar) nació en 1916 en Rejovot, entonces una colonia agrícola transformada mas tarde en ciudad.
Desde 1948 hasta 1967 fue miembro del Parlamento israelí. Fue profesor de literatura en distintas instituciones del país y en la Universidad de Tel Aviv. Ha recibido numerosos premios literarios.
En su obra se reflejan aspectos de la vida en Israel antes y después de la creación del Estado. Sus personajes son los pioneros, soldados, granjeros y todos aquellos a quienes les tocó participar en esa epopeya histórica.
Amos Oz dijo de él: “Hay algo de Yizhar en cada autor que surgió después de él”.
Fue uno de los primeros autores que abordó en su literatura la problemática de las relaciones entre israelíes y árabes.

El fragmento que aquí se reprodujo está incluido en la antología de cuentos israelíes: Lengua de tierra, editada por Adriana  Hidalgo, Bs. As., 2002.

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