23 de Yiar de 5773
26 de Yiar - 45º Aniversario de la Guerra de los Días
28 de Yiar - Iom Ierushalaim
Jerusalén,
1967 (Fragmento)
de Yehuda Amijai
I
Este año me
he ido lejos para
ver el
silencio de mi ciudad.
Un niño se
calma con los balanceos, una ciudad se calma con la lejanía.
He vivido
con nostalgia. He jugado al juego
de las
cuatro casillas de Yehuda Ha-Levi:
Mi corazón.
Yo. Oriente. Occidente.
II
He vuelto a
esta ciudad en la que se dieron
nombres a
las distancias como a los hombres
sino 70
después, 1917, quinientos
antes de la
era, cuarenta y ocho. Esas son las líneas
en las que
se viaja de verdad.
Y ahora los
demonios del pasado se encuentran
con los
demonios del futuro y discuten sobre mí,
en un toma y
daca, ni toman ni dan,
en altas
bóvedas, en trayectorias de proyectiles sobre mi cabeza.
Un hombre
que vuelve a Jerusalén siente que los lugares
que dolían
ya no duelen.
Pero una ligera
advertencia queda en todo,
como un
ligero velo que se conmueve; una advertencia.
V
En Yom
Kippur, el año 1967, me puse
un traje de
fiesta oscuro y fui a la
Ciudad Vieja de Jerusalén.
Permanecí
mucho tiempo ante la arcada de la tienda de un árabe,
no lejos de
la puerta de Damasco, una tienda
de botones,
cremalleras, bobinas de hilos
de todos
los colores, corchetes y hebillas.
Luz
preciosa y muchos colores, como un arca sagrada que quedó abierta.
Le dije sin
palabras que también mi padre
tenía una tienda
de hilos y botones.
Le expliqué
sin palabras las decenas de años,
las causas
y sucesos, que yo ahora estoy aquí,
que la
tienda de mi padre fue quemada allí y que aquí fue enterrado.
Cuando
terminé era la hora de la oración de Neilá.
También él
bajó el postigo y echó la llave
yo volví
con todos los orantes a casa.
VI
El tiempo
no me aleja de mi infancia,
sino esta
ciudad y todo lo que hay en ella. Ahora
estudiar
otra vez árabe, llegar a Jericó
desde los
dos lados del tiempo; y la longitud de las murallas añadidas
y la altura
de las torres y las cúpulas de los templos
cuya
superficie no tienen medida. Todo eso
prolonga mi
vida y me obliga
de los ríos
y del bosque.
Así se
dilata mi vida; hasta hacerse tan fina
y
transparente como un tul. Se puede ver a través de mí.
VII
Este verano
de ojos desorbitados
y amor
ciego, vuelvo a creer
en las
pequeñas cosas que llenan
los agujeros
de los proyectiles: tierra y un poco de hierba,
y tal vez
tras las lluvias algún bichito según su especie.
Pienso en
los niños que crecen entre la moral de sus padres y la ley de la
guerra.
Ahora las
lágrimas penetran en mis ojos
y mis oídos
inventan cada día el sonido de los pasos del heraldo.
VIII
La ciudad
juega al escondite entre sus nombres
Jerusalén,
Al-Quds, Shalem, Jeru, Yeru,
Murmura: Yebús,
Yebús, Yebús, en la oscuridad.
Llora con
nostalgia: Ælia Capitolina, Ælia, Ælia.
Va hacia el
que la llama
cuando está
solo por la noche. Pero nosotros sabemos
Quién va
hacia quién.
XVII
Por la mañana
cae la sombra de la Ciudad
Vieja
sobre la
nueva. Por la tarde – al revés.
Ninguna vence.
La oración del almuédano
se
desperdicia sobre las casas nuevas. Los tañidos
de las
campanas ruedan como balones y rebotan.
El lamento
sagrado de las sinagogas como humo gris desaparecerá.
Al final
del verano respiro este aire,
el quemado
y el doloroso. Silencio,
como libros
cerrados en el pensamiento:
muchos libros
apretados, con las hojas
pegadas
como párpados por la mañana.
XIX
Jerusalén
está construida sobre cimientos abovedados
de gritos
reprimidos. Si no hubiera una razón
para
gritar, se romperían los cimientos, se tambalearía la ciudad,
si gritara
el grito, explotaría Jerusalén hacia el cielo.
XXII
El sol
pensó que Jerusalén era un mar
y se hundió
en ella por error.
Los peces
de cielo apresados en una red de callejuelas,
se
despedazan mutuamente sin compasión.
Traducción
al castellano de Raquel García Lozano.
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