19 de Adar de5773
Yósik, el del viejo mercado de Vilnius (fragmento)
de Joseph Buloff
Un helado día de invierno, mi madre Sara recibió a una
campesina que estaba en la miseria; calzaba unas rotosas botas de fieltro y
venía a ofrecerle su leche. le dijo que había sido seducida por un hermoso
sinvergüenza y que su hijo natural había muerto apenas a las dos semanas de
nacer. Presentó sus pechos para que Sara los inspeccionara. Mi madre le tocó
los pezones, probó la leche y entonces me apartó de su propio exiguo pecho – al
que yo, desde hacía semanas, estaba prendido con los labios hinchados de tanto
chupar inútilmente por una pizca de sustento – y me pegó a los carnosos
montículos de la campesina que venía de la Rusia
Blanca.
Años más tarde, Pelga me contaría que desde el mismísimo
primer día en que me tuvo junto a su pecho, comencé a portarme como un
charlatán: que desde la primera chupada le hice un guiño como diciendo: ¡Esto
sí!, y la acaricié bajo el mentón.
Cuando Sara, que siempre fue delicada, salió de un segundo
embarazo muy debilitada, Pelga se hizo cargo de los quehaceres domésticos. Al
mismo tiempo, mi madre le traspasó la mayor parte del trabajo de vigilarme,
cosa que me convirtió en un niño con dos madres.
Entre esas dos madres estaba el padre, orgulloso de que
su hijo fuese “el tunante más grande del
mundo, capaz de llevar temprano a la tumba no a dos sino a seis madres juntas”.
Pero ahora, después de lo ocurrido en el sótano de Jan el zapatero, por primera
vez sentí la necesidad del consuelo de una madre y decidí acudir a Pelga.
Mi elección se debió a que una vez vi a Pelga ordenando el
baúl que guardaba bajo la cama. Advertí que tenía una estampa en colores de una
mujer que sostenía en su regazo a un bebé desnudo y con un aro de oro sobre la
cabeza. Esto ocurrió cuando yo salí corriendo para afrontar a las tropas
japonesas y no dispuse de tiempo para prestarle atención; pero ahora el
parecido entre la estampa de Pelga y las del libro de Mátzek me impresionaron
con particular claridad.
A la mañana siguiente, mientras Pelga fregaba el suelo de
rodillas, le pregunté:
- ¡Dime! ¿Qué sabes tú de Dios?
Tembló como si alguien le hubiese pegado.
-¿A ti qué te importa?
- ¿Es verdad que fue muerto y traicionado por los judíos?
- ¡Muérdete la lengua! – exclamó soltando el trapo húmedo y,
siempre de rodillas, apoyó sobre sus labios un pulgar y dos dedos, los besó con
fervor y se persignó.
-¿Qué es eso que has hecho? ¿Qué significa? – le pregunté.
-¡No te importa, vete al mercado! – gritó - ¡No te atrevas a
hablar más de esto! ¡Tú tienes tu propio Dios!
- ¿Quién es mi Dios? – le pregunté intrigado por su enojo.
- ¡Yo no lo conozco! ¡Yo no sé nada de él! ¿Por qué no le
preguntas a tu madre?
- Tú también eres mi madre, ¿no?
Eso era lo que le faltaba para que sus ojos azules se
llenaran de lágrimas. Me acercó a ella, apretó mi cabeza contra su amplio
vientre, se pasó una mano por los ojos y ya en tono más suave dijo:
- Tal vez no sepas quién es tu dios porque tienes demasiadas
madres y ni siquiera un padre. Creo que tu padre tampoco sabe quién es el Dios
de él. Nunca le oí mencionar el nombre de Dios. En esta maldita casa, yo misma
casi me olvido de que hay un Dios en el cielo. Un muchacho tan grande como
tú... ¡ya deberías saber quién es tu Dios judío!
- ¿Quién es el Dios judío? – le pregunté.
- ¿Yo qué sé? Mi Dios es Jesucristo.
Me cogí de estas palabras al vuelo:
- Bueno, entonces puedes hablarme de El.
- Ya te dije que esto no es cosa tuya. No tienes derecho de
conocer, ni de hablar, ni siquiera de pensar en mi Dios.
-¿Por qué?
- Porque eres judío y debes pensar en tu propio Dios. –
respondió crispada y cerrando los puños.
Que yo era judío ya no era novedad para mí. Todo lo que yo
quería era que Pelga me dijese si había alguna posibilidad de que un judío
subiese al cielo a jugar con los angelitos. Pero a juzgar por su rabia
comprendí que mi pretensión era inoportuna y resignado le pregunté:
- ¿Tal vez puedes decirme entonces dónde vive el Dios judío?
- ¡Déjame! Ya te dije que yo no puedo hablar de tu Dios.
Mañana le diré a tu abuelo que él te explique todo. Ahora vete al mercado -Y
con ojos airados añadió: - ¡No te atrevas a contarle a tu abuelo ni una palabra
de lo que acabamos de hablar! El viejo imbécil es capaz de echarme a mí todas
las culpas. ¡Ni una palabra! ¿Me has oído? – y me empujó fuera de casa.
Me quedé parado del otro lado de la puerta sintiéndome
decepcionado. Tal vez era una estupidez de mi parte arrastrar a mi familia
hacia mis relaciones personales con dios.
Pero ya era una causa perdida: Pelga había dejado el piso a medio lavar
y corría al encuentro de mi otra mamá. Se encerraron en el dormitorio para
decidir a cuál de los abuelos le pedirían ayuda.
*******
Joseph Buloff (Vilna, 1899 - Nueva York, 1985 )
La carrera artística de Joseph Buloff, primer actor de la Compañía Teatral
de Vilnius, y de su mujer, Luba Kadison, primera actriz e hija del fundador de
dicha compañía en Polonia, figuran entre las más extensas de la historia del
teatro judío.Buloff y su esposa con la Troupe de Vilna. Rumania, 1931 |
Debutó en el cine en 1949 con la película Let´s make music.
Yósik, el del viejo mercado de Vilnius es su única obra literaria. En las calles y callejones de la vieja ciudad de Vilnius, Joseph Buloff creció aprendiendo el arte de la metamorfosis, necesario para sobrevivir durante las ocupaciones sucesivas de cosacos, alemanes, bolcheviques y polacos. La vida urbana, los estruendos, la realidad de la Primera Guerra Mundial... Todo se combina en este impactante documento histórico de un período durante el cual Europa del Este y el mundo occidental cambiaron para siempre.
Yósik, el del viejo mercado de Vilnius Dentro de la tradición de la literatura del absurdo, Yósik, el narrador, relata la caótica historia de su hogar espiritual, el viejo mercado de Vilnius, y el extravagante aprendizaje de un niño judío más pequeño de lo normal, pero con mucha labia y una vívida imaginación. Desgarradoramente divertido e históricamente fidedigno, el libro, tiene toda la desbordante vitalidad de aquella vida en la plaza del mercado.
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