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viernes, 29 de noviembre de 2013

Misceláneas judías para la pausa del Sábado


 

26 de Kislev de 5774
Jag Janucá Sameaj!

Las luminarias de Janucá (fragmento)
de Rafael Cansinos Assens

¡Oh, luminarias de Janucá, estrellas piadosas del Exodo que consteláis con vuestro fulgor inmortal los caminos de tinieblas en que Israel peregrina por entre las naciones, rodeado de todos los peligros; estrellas numerosas, más que todas las estrellas del cielo, más que todas las arenas de los ríos y los mares que se hubiesen convertido en estrellas; luminarias jubilosas que tachonáis con espléndido fulgor el negro velo del cielo de diciembre, semejante al manto de los recuerdos, y confortáis el corazón del israelita con vuestras llamas festivas, convirtiendo la morada más pobre en un templo de dios y en un alcázar regio; luminarias de Janucá, más festivas aún que la del sábado, más solemnes, puesto que sólo brilláis de año en año; luminarias de victoria, alegres como los fuegos que se encienden al retorno de los vencedores, trasunto de las teas de larga cabellera con que son recibidos los que triunfan; luminarias que de un extremo a otro del mundo consteláis en el mes sagrado de Kislev la dilatada extensión del Exodo, renovando en las gargantas israelitas los clamores de júbilo con que el anuncio de la victoria de los Macabeos fue acogida en Jerusalem aquel día remoto en que la patria, siempre en peligro, fue una vez más salvada por la fortaleza de Adonay! ¡Oh, santas luminarias, con qué íntimo e inefable fulgor brilláis en aquel crepúsculo de Kislev en el reducido oratorio donde unos cuantos israelitas descendientes de los expulsados de España, supervivientes de todos los azares y de todos los exterminios, se habían reunido para afirmar sobre aquella tierra amada y dura el sentido de su inmortalidad como pueblo, encendiéndoos, ¡oh, luces santas!, en la llama de la tradición sobre las cenizas de todos los recuerdos!
(...)
Habíanse reunido todos, desde los cuatro extremos de la tierra, para presenciar el milagro de ver encenderse las luminarias de Janucá en el país de los inquisidores, y estaban allí como atónitos de verse providencialmente reunidos, cual si fueran los mismos expulsados que después de tantos siglos de ausencia volviesen a hollar la tierra inolvidable y vedada. Y parecían ellos mismos asombrados de encontrarse alli de nuevo en aquel oratorio reducido, pero suyo, sagrado como un templo e inviolable ya por la tolerancia de las leyes españolas, a salvo de persecuciones y mortandades. Parecían dudar de la maravilla, y, no obstante el júbilo de su encuentro, permanecían un poco cohibidos en sus asientos, inquietos, como debieron de estarlo los conjurados de Diego Susán en sus asambleas nocturnas, temiendo escuchar de pronto en la puerta los aldabonazos de la Inquisición. Y cuando, a instancias de todos, el doctor Nordsee encendió una a una las simbólicas luminarias, que fueron surgiendo con la lentitud de las estrellas, y el anciano rabí de Palestina, después de mecer sobre su regazo, como a un niño, al rollo de la Ley, exilado con sus ascendientes y retornando con ellos, leyó el relato bíblico de la victoria de los Macabeos, ninguno pudo contener el llanto y todos sintieron la necesidad de decir algunas palabras para mitigar su emoción; todos sintieron la necesidad instintiva del salmo, del salmo no escrito, espontáneo, según brotó en cada lance de su historia, jubiloso y amargo, de los labios de sus ascendientes.

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Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882 – Madrid, 1964) fue un escritor, poeta, novelista, ensayista, crítico literario y traductor español perteneciente a la Generación de 1914 o Novecentismo.
Nació en Sevilla en 1882 y con quince años, en 1898, fallecido su padre, se traslada con su familia a Madrid, ciudad que ya nunca abandonaría.
Su educación fue profundamente cristiana de la mano de su madre, ferviente católica, y de las de sus dos hermanas mayores, que llegaron a ser novicias. La rama paterna, «Cansino», era consciente a mediados del siglo XIX de su herencia conversa, lo que llevó a un jovencísimo Rafael a investigar el origen de su apellido, encontrando evidencias de un pasado familiar marcado por la expulsión de los españoles de religión judía en 1492 y que dividió a las familias sefarditas. Es a partir de este momento cuando comienza en él el proceso de asimilación al judaísmo, que ya le acompañará, con no pocos contratiempos, hasta el último minuto de su existencia.
Ha publicado numerosas obras: ensayos, poesía, narrativa, memorias. Entre los más reconocidos: "El candelabro de los siete brazos", prologado por su amigo Jorge Luis Borges y "Bellezas del Talmud" publicada en 1919 que pone por vez primera en español, traducido del inglés y francés, una antología talmúdica.
Desaparecida la comunidad judía española después de la Guerra Civil, su relación con el judaísmo y sus publicaciones son a través de la Sociedad Hebraica Argentina y de su íntimo amigo César Tiempo.










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