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Durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 y llevado a cabo por las tropas de asalto de las SA conjuntamente con la población civil, se sucedieron una serie de pogromos y ataques combinados ocurridos en la Alemania nazi y Austria, conocida con el nombre de La Noche de los Cristales Rotos, en alemán: la Kristallnacht.
Todos los torrentes van al mar
Memorias (fragmento)
de Elie Wiesel
Se preparaba la tragedia y la vida fluía en mí, fuera de mí;
prestaba poca atención a ello. Crecía, maduraba, aprendía textos mas difíciles,
mas oscuros. ¿Hitler? Sus ladridos no penetraban en mi conciencia. Las leyes de
Nuremberg, Los Juegos Olímpicos, el asesinato de Von Rath, la Noche de los Cristales
Rotos: Adriano y la Inquisición
habían hecho cosas peores. Con tal que el Tercer Reich se derrumbara por sí
solo, que las grandes potencias europeas no cedieran, que Hitler y sus acólitos
reventaran, con tal que no hubiera guerra…
Hubo guerra. Estalló un viernes. Lo recuerdo: era el mes de
Elul y todos nos preparábamos para las Grandes Fiestas. Por la mañana, tocaban
el shofar para incitar a las almas pecadoras al arrepentimiento. Se afirma que
ese mes los propios peces tiemblan en el agua. En un rincón del beith – hamidrash, vistiendo sus chales
de oración y con las filacterias ceñidas, mi padre y sus amigos comentaban las
ultimas noticias. Excitados, hablaban en voz demasiado alta, de modo que sus
mayores les reprendieron: “Shhh…¡Estamos orando!” Me parece todavía oír aquel “shhh”
y poder traducirlo: qué idea hablar, agitarse, mientras algunos judíos se
dirigen al Rey del universo. Qué idea para los pueblos y sus ejércitos matarse
mutuamente por un pedazo de tierra o unas pocas frases cuando Dios esta
escuchando a sus fieles…
La discusión se interrumpió. Prosiguió el oficio y concluyó,
como de costumbre, con el Cádiz. A lo lejos, retumbaban ya los cañones, la Muerte actuaba y los
primeros huérfanos aprendían a llevar su luto. Mi existencia no se vio
perturbada por ello. Aquel viernes recibí mi panecillo trenzado habitual de
manos de mi abuela; acudí a los baños rituales para purificarme al acercarse la
reina del Sabbat; me puse una camisa blanca, mi hermoso traje y me abrí a la
paz del séptimo día de la creación que, en principio, no debe ni puede ser
perturbado por la pasión de los hombres.
Nada excepcional ocurrió aquel Sabbat. En el oficio matinal
supe que un célebre predicador estaba de paso y que por la tarde pronunciaría
un sermón. Pequeño de talla, casi era preciso abrir mucho los ojos para verle. ¿Cómo
lograba aquel hombrecillo tener una voz tan grave y llena? Esperaba oírle hablar
de la actualidad, pero tenía otras prioridades. Describió, canturreando, el
feroz e implacable castigo que esperaba a los infieles, culpables de
transgresiones y depravaciones sexuales
que yo era demasiado joven para comprender. Aseguraban que era miope,
casi ciego, pero parecía orientarse por el infierno como si hubiera vivido allí
desde el nacimiento, antes incluso.
Durante las siguientes semanas, nuestra ciudad acogió a
refugiados polacos, portadores de malas noticias: el ejército hitleriano era
invencible y su furor implacable.
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Elie Wiesel (Sighet, 1928)
Escritor estadounidense de origen
rumano. Fue educado según las tradiciones judías del Talmud, las
celebraciones festivas y el hasidismo, y se inició en el conocimiento de
la cábala. El 16 de mayo de 1944 fue capturado por los alemanes nazis e
internado junto con sus familiares en el campo de concentración de
Birkenau, para luego ser trasladado a Auschwitz y Buchenwald.
Único sobreviviente de su familia, al finalizar
la Segunda Guerra Mundial se estableció en París y estudió filosofía y
literatura en la Universidad de la Sorbona. Al terminar sus estudios se
dedicó al periodismo y trabajó para publicaciones de Francia, Israel y
Estados Unidos. En 1956 se radicó en Estados Unidos; obtuvo la
nacionalidad de este país, y con el asesoramiento de F. Mauriac logró
publicar en francés su novela La noche (1958), primera parte de
una trilogía donde abordó en profundidad el drama del holocausto judío, y
que completó años más tarde con El alba (1960) y El día (1961).
Con la intención de contribuir a evitar que en
el mundo se vuelva a repetir una situación de barbarie como la producida
en los campos de concentración nazis, se dedicó con fervor a practicar
el ejercicio de la memoria, como reafirmación de la vida. Su permanente
intervención en foros internacionales de derechos humanos, así como su
función como Presidente de la Comisión del Holocausto del presidente
Carter y su incansable actividad en favor de la fraternidad humana, le
valieron en 1986 el Premio Nobel de la Paz. Sus memorias, publicadas
bajo el título de Todos los torrentes van a la mar (1996), son un conmovedor testimonio del cautiverio nazi, y un fervoroso alegato por la paz mundial.
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