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viernes, 8 de noviembre de 2013

Misceláneas judías para la pausa del Sábado


5 de Kislev de 5774



Durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 y llevado a cabo por las tropas de asalto de las SA conjuntamente con la población civil,  se sucedieron  una serie de pogromos y ataques combinados ocurridos en la Alemania nazi y Austria, conocida con el nombre de La Noche de los Cristales Rotos, en alemán: la Kristallnacht.



Todos los torrentes van al mar
Memorias (fragmento)
de Elie Wiesel

Se preparaba la tragedia y la vida fluía en mí, fuera de mí; prestaba poca atención a ello. Crecía, maduraba, aprendía textos mas difíciles, mas oscuros. ¿Hitler? Sus ladridos no penetraban en mi conciencia. Las leyes de Nuremberg, Los Juegos Olímpicos, el asesinato de Von Rath, la Noche de los Cristales Rotos: Adriano y la Inquisición habían hecho cosas peores. Con tal que el Tercer Reich se derrumbara por sí solo, que las grandes potencias europeas no cedieran, que Hitler y sus acólitos reventaran, con tal que no hubiera guerra…
Hubo guerra. Estalló un viernes. Lo recuerdo: era el mes de Elul y todos nos preparábamos para las Grandes Fiestas. Por la mañana, tocaban el shofar para incitar a las almas pecadoras al arrepentimiento. Se afirma que ese mes los propios peces tiemblan en el agua. En un rincón del beith – hamidrash, vistiendo sus chales de oración y con las filacterias ceñidas, mi padre y sus amigos comentaban las ultimas noticias. Excitados, hablaban en voz demasiado alta, de modo que sus mayores les reprendieron: “Shhh…¡Estamos orando!” Me parece todavía oír aquel “shhh” y poder traducirlo: qué idea hablar, agitarse, mientras algunos judíos se dirigen al Rey del universo. Qué idea para los pueblos y sus ejércitos matarse mutuamente por un pedazo de tierra o unas pocas frases cuando Dios esta escuchando a sus fieles…
La discusión se interrumpió. Prosiguió el oficio y concluyó, como de costumbre, con el Cádiz. A lo lejos, retumbaban ya los cañones, la Muerte actuaba y los primeros huérfanos aprendían a llevar su luto. Mi existencia no se vio perturbada por ello. Aquel viernes recibí mi panecillo trenzado habitual de manos de mi abuela; acudí a los baños rituales para purificarme al acercarse la reina del Sabbat; me puse una camisa blanca, mi hermoso traje y me abrí a la paz del séptimo día de la creación que, en principio, no debe ni puede ser perturbado por la pasión de los hombres.
Nada excepcional ocurrió aquel Sabbat. En el oficio matinal supe que un célebre predicador estaba de paso y que por la tarde pronunciaría un sermón. Pequeño de talla, casi era preciso abrir mucho los ojos para verle. ¿Cómo lograba aquel hombrecillo tener una voz tan grave y llena? Esperaba oírle hablar de la actualidad, pero tenía otras prioridades. Describió, canturreando, el feroz e implacable castigo que esperaba a los infieles, culpables de transgresiones y depravaciones sexuales  que yo era demasiado joven para comprender. Aseguraban que era miope, casi ciego, pero parecía orientarse por el infierno como si hubiera vivido allí desde el nacimiento, antes incluso.
Durante las siguientes semanas, nuestra ciudad acogió a refugiados polacos, portadores de malas noticias: el ejército hitleriano era invencible y su furor implacable.

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Elie Wiesel (Sighet, 1928) 

Escritor estadounidense de origen rumano. Fue educado según las tradiciones judías del Talmud, las celebraciones festivas y el hasidismo, y se inició en el conocimiento de la cábala. El 16 de mayo de 1944 fue capturado por los alemanes nazis e internado junto con sus familiares en el campo de concentración de Birkenau, para luego ser trasladado a Auschwitz y Buchenwald.

Único sobreviviente de su familia, al finalizar la Segunda Guerra Mundial se estableció en París y estudió filosofía y literatura en la Universidad de la Sorbona. Al terminar sus estudios se dedicó al periodismo y trabajó para publicaciones de Francia, Israel y Estados Unidos. En 1956 se radicó en Estados Unidos; obtuvo la nacionalidad de este país, y con el asesoramiento de F. Mauriac logró publicar en francés su novela La noche (1958), primera parte de una trilogía donde abordó en profundidad el drama del holocausto judío, y que completó años más tarde con El alba (1960) y El día (1961).

Con la intención de contribuir a evitar que en el mundo se vuelva a repetir una situación de barbarie como la producida en los campos de concentración nazis, se dedicó con fervor a practicar el ejercicio de la memoria, como reafirmación de la vida. Su permanente intervención en foros internacionales de derechos humanos, así como su función como Presidente de la Comisión del Holocausto del presidente Carter y su incansable actividad en favor de la fraternidad humana, le valieron en 1986 el Premio Nobel de la Paz. Sus memorias, publicadas bajo el título de Todos los torrentes van a la mar (1996), son un conmovedor testimonio del cautiverio nazi, y un fervoroso alegato por la paz mundial.

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