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Yitzhak Rabin ( 1922-1995)
A 18 años de su asesinato
Yitzhak Rabin murió en la cumbre de su vida, reconciliado
consigo mismo y con su mundo, rodeado del amor y la simpatía de las masas, y
liberado del blindaje interior en el que estuvo encerrado durante toda su vida.
Sus círculos vitales estaban cerrados. El general que durante la guerra de 1967
había ampliado las fronteras de Israel, estaba a punto de cambiar los
territorios ocupados por la paz. El guerrero que llevaba luchando desde su
juventud, iba a ser eternizado en la historia como el artífice de la paz. En
los últimos años de su vida obtuvo la mayor de sus victorias: el triunfo sobre
si mismo y sobre los reflejos del conflicto en medio del cual había nacido y
cuya carga llevó toda la vida. Por este motivo, el eterno joven había hecho
realidad, en el séptimo decenio de su vida, la promesa de su infancia. La del Tzabar. Que un pueblo sin patria
alcanzaría con la nueva generación la paz en la patria histórica curando las
heridas espirituales de un exilio que había durado dos mil años. El mismo
formaba parte de esta promesa, empañada por la guerra y la sangre. Pero en esta
hora histórica y feliz, el núcleo más profundo de su personalidad le había
llevado más allá de su propio horizonte. El horizonte del guerrero que se
encontraba a sí mismo después de un largo y doloroso proceso de búsqueda
personal.
Durante el duelo por su muerte llamó especialmente la
atención la reacción de los jóvenes. Una juventud cuya cultura desconocía, pero
con la que, superando la barrera de las generaciones, había comunicado a la perfección
durante las últimas horas de su vida. Esta generación bailaba con ritmos
diferentes, cantaba otras canciones y adoraba a unas estrellas del pop por las
que Rabin sentía un verdadero desprecio. Sin embargo, Rabin y la generación de
sus nietos tenían una cosa en común: ese optimismo innato, esa forma directa y
decidida de entender la vida, esa concepción algo ingenua de la vida y de la
paz que era un antiguo sueño del Tzabar,
antes de que las obligaciones de la guerra entraran en su vida y la transformaran.
El luto de la juventud que lloraba su muerte adquiría la forma del luto por el
padre desaparecido. Rabin nunca había sido un padre en este sentido mitológico;
era el hijo tópico que siempre cumplía el encargo de sus padres, la generación
de los fundadores, con absoluta naturalidad y sin demasiadas preguntas. Su
metamorfosis de guerrero a político garante de la paz, superando sus principios
intelectuales fundamentales que había heredado de la generación de los padres,
dio a su vida una calidad diferente. Como si a los 73 años hubiera dejado de
ser el eterno hijo.
El hecho de que, repentinamente, en la conciencia de los jóvenes
ocupara la posición del padre, apuntaba hacia el cierre de un capitulo y la
apertura de uno nuevo. En la frontera entre el pasado y el futuro, donde suelen
nacer los grandes mitos de la historia, Yitzhak Rabin se ha convertido en el
hijo de una época y en el creador de una nueva era que tal vez sea mas feliz.
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Fragmento del libro: Yitzhak Rabin. Héroe de la guerra y la paz de Doron Arazi
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