por Silvia Lef
El Talmud constituye un Limud,
estudio activo enciclopédico de leyes y otras actividades espirituales,
compendiadas por generaciones de Tanaim, Amoraim y Saboraim.
Los tanaítas deben su nombre al Taná, que en arameo designa al maestro,
al estudio. Estos maestros sabios, tanto en Israel como en Babilonia, transmitían
la ética filosófico-religiosa judaica. Al igual que los amoraím, plural
de amorá, que nombra a los oradores o intérpretes de la ley, meturguemánim/turguemánim,
maestros sucesores de los primeros, transmitían las enseñanzas hebraicas. Los saboraím,
plural de saborá, razonador, maestros sabios sucesores de los amoraím, ratificaban,
rectificaban la fuente matriz, además de adicionar sus opiniones. Así, el Talmud
comprende dos pandectas completas. Se basa en la Mischná, se amplía
conformando la Guemará,
complemento de la primera que nuclea explicaciones, discusiones de sabios
multitemáticas, relativas a cuestiones científicas, ético-filosóficas, folklóricas
universales. De este modo, el Talmud compendia, tanto el Yerushalmi (el
de Jerusalem), como el Bablí (el de Babilonia) una interesantísima cantidad
de tratados sobre una multiplicidad de cuestiones vitalísimas, relevantes para
la humanidad toda, más allá del judaísmo, fuente primigenia en la que nace,
para ir desde allí hacia todos, sine qua non. En total compendia 60 libros,
divididos en 6 órdenes bien diferenciados de Mischná. Los Tratados son:
I) ZERAIM: Berajot, Peá, Demai, Kilayim, Sheviit,
Terumot, Maaserot, Maasé shení, Jalá, Orlá, Bikurim;
II) MOED: Shabat, Erubín, Pesajim, Shekalim, Yomá,
Sucá, Betzá, Rosch Haschaná, Taanit, Meguilá,
Mole Katán, Jaguigá; III) NASHIM:
Yevamot, Ketubot, Nedarim, Nazir, Sotá, Guitín,
Keduschín; IV) NEZIKIM: Baba
Kamá, Baba Metziá, Baba Batrá, Sanehdrín, Makot,
Shavuot, Eduyot, Abodá Zará, Abot, Horayot;
V) KODASCHIM: Zevajim, Menajot,
Julin, Bejorot, Arajín, Temurá, Keritot, Meilá,
Tamid, Midot, Kinim; VI) TOHAROT: Kelim, Ohalot,
Negaim, Pará, Toraot, Mikvaot, Nidá, Majschirim,
Zabim, Tebul Yom, Yadayim, Uktzin.
A su vez, ambas
versiones talmúdicas entreveran cuestiones Halájicas, parte
religioso-legal, con cuestiones Agádicas, parte narrativa, expresada por
medio de aforismos, homilías, leyendas, tradiciones. Ambas formas se enlazan
didácticamente y transmiten una filosofía viva eminentemente espiritual. El Talmud
ha sido una insoslayable fuente de soporte ético-moral-religiosa-científico-ritual-jurídico-filosófico-folklórico-didáctico
en todas las épocas, aún en la diáspora. Asimismo, durante las persecuciones y
humillaciones más horrendas de la historia fue sostén del ánimo del pueblo del
que naciera. En los momentos de máxima animosidad y segregacionismo fue
destruido y quemado como símbolo neto representante de los valores que porta.
Asimismo, resurgió y se reeditó cada vez. Padeció los embates cruentos durante la Inquisición y durante
el nazismo, por nombrar sólo dos ejemplos históricos de esas largas,
traumáticas y crueles fases antijudías que signaron la falible historia humana.
Mientras agonizaba el Talmud, los judíos intentaban salvar la vida rescatando
siempre el emblema identificatorio que portaba la eternidad del hombre, en
relación con su origen divino, del que el hombre judío es tan sólo un emisario
cosmopolítico. Así renacía cada vez y se resignificaba la misión universalista
del judío, más allá de la misión singular del pueblo elegido para mostrar el
monoteísmo ético, bajo el emblema de una filosofía práctica universal, nada
elitista.
El Talmud Torá es el estudio
metódico y sistemático de la Torá,
del Talmud y de los comentarios de ambos, tanto respecto a lo que está
escrito o Bijtab como de aquello pertinente a lo oral o Bealpé.
Así, la Toráh o el Jumschei Toráh (Cinco Libros de la Torah) o la Torat Mosché
(Torá de Moisés), debe su paternidad al patriarca que diera origen a
la Ley nominada
como mosaica, en virtud de que fuera el autor de los Cinco Libros del Antiguo
Testamento, además de recibir la Revelación que se plasmara en la base de la ética
filosófico-religiosa judaica: Aseret Hadibrot o “Diez Mandamientos”,
conocido universalmente como “Decálogo”, síntesis esencial del Tariag o
613 Preceptos, matriz completo de normativas aportadas por el judaísmo a la
humanidad toda. A saber, los Cinco Libros mosaicos son: Bereischit o Génesis,
Shemot o Exodo, Vaikrah o Levítico, Bamidbar
o Números y Debarim o Deutoronomio. Por su parte, el Tanaj
nuclea la Torah
mosaica, los Nebihim o Profetas y los Ketubim o Escritos.
El pueblo judío ha sido nombrado
como “pueblo del Libro” a partir del Séfer, Libro Hasfarim,
“Libro de los Libros”, alusivo a la
Torah, clave-llave-cifra develadora de enigmas
atinentes a la realidad humana. La
Palabra crea y recrea mensajes de profunda espiritualidad,
transmisibles desde la cultura hebraica hacia el resto del cosmos. En el
Talmud hay una paradigmática frase que reza: “Al schloshá debarim
haolam omed: al Hatorah, al Haabodá,ve al guemilut jasidim”. “Sobre tres
pivotes se erige el universo: sobre la “Toráh”, sobre “el Servicio a Dios”
y sobre “la acción de los hombres completamente santos”. En efecto, el
monoteísmo ético constituye el aporte central del judaísmo a la humanidad. Así, lo
ético y lo religioso se hallan entrelazados en la concepción hebraica. El
mandato que rige es: “Santos seréis porque Santo soy Yo, vuestro Dios”. (cfr.
Levítico 19). Los Profetas de Israel denunciaron el paganismo y la idolatría,
condenaron la injusticia social y plasmaron la idea ética consistente en la
asociación divina y humana en los ideales de justicia, paz, amor al prójimo. De
este modo, la ética bíblica es humana puesto que se funda en un principio
universal que comprende a todos los pueblos, tal como se enuncia en el Código
de los Noájidas: siete principios de índole ético-religiosa legados por
el patriarca antediluviano Noé a sus hijos: Sem, Ham y Jafet.
Estas Leyes son obligatorias, según consta en el Talmud, para
todos los hombres, con independencia de principios específicos judaicos. Estos
siete son: Respeto por la Ley,
Abominación por los ídolos, Reconocimiento de Dios, Prohibición
de Asesinato, Prohibición de Robo, Prohibición de Incesto, Prohibición
de trato brutal a los animales.
Estos principios relativos a una
ética universal humana primitiva se perfeccionan luego con el advenimiento del
“Decálogo mosaico” o conjunto de los diez mandamientos sinaíticos: Haseret
Hadibrot o Haseret Hamitzvot, “Los diez Principios”, “Las Diez
Palabras”, “Las diez órdenes u obligaciones”. Diez Preceptos grabados por Dios,
tal como relata la tradición, en las Tablas de la Ley, revelados por el
patriarca Moisés en el Monte Sinaí. Esta es la Ley fundamental que condensa la Alianza primigenia entre
el Dios de Israel con los Patriarcas, sellada por Mosché (cfr. Deutoronomio
9:9). Este primer código occidental, célebre por el inédito aporte respecto de
tradiciones anteriores, renueva la vida tanto ética como religiosa e instituye un modelo nuevo de vínculo entre el
hombre y el hombre, entre el hombre y su Creador.
Siguiendo la
serie numérica de Los diez Mandamientos,
es como si el judaísmo en sí mismo y la humanidad, toda hubiera corrido un
grave riesgo de supervivencia ética. Así, Francisco, sin siquiera sospecharlo,
labró una nueva ley, como de emergencia, que para él y quizás para otros, tal
vez para un sinnúmero más, obró al modo de salvataje de la ley judía para
toda la humanidad.
Francisco Wichter, el único
sobreviviente argentino de la lista de Oskar y Emilie Schindler rescribe la
historia talmúdica y transmite la continuidad del emblema ético-judaico, de la Ley, del mandamiento,
instituyendo, sin saberlo, “una ética testimonial de la shoá”. En
efecto, él se halla subjetivamente inserto en una filosofía, con una ética en
curso, de la que nunca se ha salido. Desde su pertenencia, refuerza el
Decálogo, que lo preexiste como sujeto y se anima a adicionar, al modo de Mischná,
un nuevo Principio/Mandamiento que sostiene la supervivencia como una orden
emblemática para los sujetos en riesgo, el precepto manda “salvarse para contar
al mundo lo sucedido con los judíos”, además, a él, como sujeto judío en
particular le señala la necesidad de “Honrar a sus padres”, efectivizando en
este acto el valor permanente del quinto mandamiento del Decálogo mosaico. Es
interesante su reflexión, casi spinocista, desde la cual anuda libertad y
destino, con una ética intacta: donde priman la comprensión, Eros (en la
mitología griega, dios del Amor), las normas de convivencia social, la fe, la
confianza, la reflexión, el enigma, la tradición, la moralidad, los valores
afectivos, el respeto por el semejante y las diferencias, el agradecimiento, la
bonhomía, entre otros valores (que ni el totalitarismo más atroz pudo destruir
en su interioridad). Desde la subjetividad, se sienta jurisprudencia: renace
una ética, cuyo testimonio si bien es “desgarrador”, a la vez, se torna emblema
que surca un “redoblamiento en la apuesta para la vida”, “plena”, “íntegra”,
“con la conciencia tranquila”, con la continuidad de la judaica tradición, cuyo
valor central es el amor sito en el Evangelio.
Así en su obra Undécimo Mandamiento (*), dice: “Los mayores cavilan, estoicos y resignados. Veo que mi madre hace con
otros consultas en voz baja. De pronto nos llaman, nombran a diez de nosotros y
entre los diez estoy yo. Eligen a los más jóvenes de los que ya han crecido, a
los que parecen más aptos.
Entre los diez hay dos primos míos, Rachmiel y Schoel, y está Hanka., la
mayor de mis hermanas. Nos avisan que cuando los nazis vengan a buscar a todos,
nosotros diez seremos los que vamos a ir al escondite. Nos hacen saber sin
explicarlo, tal vez sin decírselo a ellos mismos, que hay un undécimo
mandamiento y que fuimos elegidos para tratar de cumplirlo: “Sobrevivirás”. Si
nos dicen que si alguno de nosotros sobrevive, no tiene que olvidarse de algo: debe
contar al mundo lo que les está pasando a los judíos”.
“Es el día de Simjá Torá, cuando se baila con los rollos sagrados de la Torá y se recuerdan las
Tablas de los Diez mandamientos. Los nazis han elegido nuestra fiesta para
llevarse a los judíos de Belzitz y dejarme sin familia.
Parados en nuestro refugio, sin poder movernos, escuchamos el ruido
infernal que dura hasta el mediodía. Después, un silencio sepulcral nos
envuelve. Decidimos esperar que llegue la oscuridad para salir.
Así empieza mi lucha por sobrevivir, donde el horror, la casualidad, el
riesgo, la voluntad de vivir, el dolor y la intuición se combinarán de un modo
extraño y preciso que me llevará a la lista Schindler y
finalmente a la Argentina.
Me dijeron que no olvidara contarle al mundo lo que ocurrió con los
judíos; voy a contar lo que ocurrió conmigo, y con los que yo conocí. No quiero
que se piense que el relato que sigue pasó en un mundo que había enloquecido,
donde los hombres se habían vuelto animales y el infierno había irrumpido en la tierra. No es así: los
hechos que van a leer acontecieron entre la gente, gente más o menos mala o más
o menos buena, igual que toda, alguna más valiente y noble, otra más débil y
temerosa, gente decidida o vacilante, fácilmente influible o crítica. Eso es
todo. Las cosas ocurrieron simplemente porque una lógica humana, política,
histórica las hizo ocurrir. Como la de cualquier sobreviviente, mi historia
personal es producto de esa lógica. Por eso, para poder entenderla, hay que
empezar por la historia colectiva”.
“Es posible imaginar que fue suerte, o la voluntad de Dios. No quiero
ofender a nadie, respeto profundamente la fe, pero no puedo pensar que Dios
quiso ayudarme a mí y no a los millones de inocentes que no sobrevivieron.
Cuando me acuerdo de los momentos cruciales en los que, porque sí, pude tomar
la decisión correcta, yo mismo me asombro. Era un sexto sentido siempre
despierto y era el deseo muy fuerte de no entregarme, de vivir. Esa era mi
lucha. Para los judíos, en el nazismo, había aparecido el undécimo mandamiento:
“sobrevivirás a Hitler, y así lo derrotarás”. Cada hora, cada día, cada mes,
parecían siglos en esa batalla. Después de haber pasado esos pocos años que
parecieron infinitos, ¿cómo puedo computar mi edad?
Pese a todo lo que sufrí, estoy conforme. Llegué aquí, como dije, con la
conciencia tranquila. Sólo me faltaba cumplir con el quinto mandamiento,
“honrarás a tus padres”: mi madre me dijo, antes de que se la llevaran, cuál
era el modo de hacerlo. Por eso cumplí su legado y relaté mi historia, que no
es la única ni excepcional. Si algo puede asombrar de ella-si algo hoy me
asombra- son los encadenamientos, las casualidades, un azar que parece previsto,
en algún lugar que ignoramos por el ciego destino.”
(*) Wichter, F. Undécimo Mandamiento Testimonio del sobreviviente argentino de la lista
de Schindler. Buenos Aires, Emecé Editores, 1998.
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