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Mi vida (fragmento)
de Marc Chagall
Para mí, la casa del abuelo se llenaba
de los sonidos y olores del arte.
Por las pieles, colgadas como sábanas.
En la oscuridad de las noches, me
parecía que no eran sólo los olores, sino todo un rebaño de
felicidad, agrietando las planchas, volando en el espacio.
Degollábamos las vacas con crueldad.
Yo lo perdonaba todo. Las pieles sagradas se secaban, proferían
amables plegarias, rezaban al techo celestial para que los verdugos
expiaran sus pecados.
Mi abuela me alimentaba con una carne
asada de manera especial, frita o cocida. ¿Qué era? No lo sabía
exactamente. Tal vez la barriga, el cuello, o las costillas, el
hígado, los pulmones. No lo sabía.
Así que, en aquellos tiempos, yo era
especialmente tonto y, según creo, feliz.
Abuelo, todavía me acuerdo de ti.
Un día que se topó de frente con un
dibujo de una mujer desnuda, se dio la vuelta, como si no tuviera
nada que ver con él, o como si fuera una estrella desconocida en la
plaza del mercado, de la que los habitantes no quisieran saber nada.
Y entonces entendí que mi abuelo, así
como la abuelita arrugada y todos mis parientes despreciaban por
completo mis cuadros (¡vaya arte, que no consigue ningún tipo de
parecido!) y que apreciaban más la carne.
He aquí otra cosa que me contó mi
madre de su padre, mi abuelo de Lyozno. O tal vez lo he soñado.
Las fiestas de “Suckess” o de
“Simchass- Torá”.
Le buscamos por todas partes.
¿Dónde está, dónde está?
Se ve que con el buen tiempo que hacía,
el abuelo se había subido al tejado, se había sentado encima de las
tuberías y se estaba zampando una zanahorias. No está mal para un
cuadro.
No me importa que la gente, con
satisfacción y alivio, descubra, en estas aventuras inocentes de mis
parientes, el secreto de mis cuadros.
¡Qué poco me interesa eso! ¡Mis
queridos conciudadanos, como queráis!
Todavía os contaré, por si os faltan
pruebas para la posteridad de vuestra causa justa y de mi afrenta al
sentido común, lo que mi madre me explicó de mis estupendos
parientes de Lyozno.
Uno de ellos no tuvo mejor idea que
pasearse por las calles del barrio, vestido sólo con una camisa.
¿Qué pasa? ¿Es espantoso?
El recuerdo de este sans-culotte
llenará siempre mi corazón de una alegría soleada. Como si en la
calle de Lyozno en pleno día hubiera resucitado la pintura de
Masaccio, de Piero della Francesca. Me sentía próximo a él.
Pero no bromeo. Si mis obras no
desempeñaban ningún papel en la vida de mis parientes, sí que, en
cambio, sus vidas y sus invenciones ejercieron gran influencia sobre
mi arte.
Sabéis, yo me embriagaba cerca del
sitio que mi abuelo ocupaba en la sinagoga.
Pobre, desgraciado, cómo me daba la
vuelta antes de llegar allí. Ante la ventana, con el libro de
plegarias en la mano, contemplaba a gusto la vista de la ciudad, el
día del Sabbat.
Bajo el zumbido de los rezos, el cielo
me parecía más azul. Las casas descansan en su sitio. Y cada
paseante se perfilaba con claridad.
A mis espaldas, empieza la plegaria e
invitan al abuelo a pronunciarla ante el altar. Reza, canta, se
repite melodiosamente y vuelve a empezar. Como si un molino de aceite
girara en mi corazón. O como si una miel fresca, recién cogida, se
derramara en mis entrañas.
Y, si él llora, me acuerdo de mi
dibujo malogrado y pienso: ¿Seré un gran artista?
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Mi vida es el único libro que escribió Marc Chagall (Vitebsk, 1887- París, 1985). Sus palabras son como sus colores, felicidad y melancolía, verdad o ensueño, que alzan el vuelo con los personajes de sus cuadros, tan concretos como milenarios. Este libro dibuja los años trancurridos en Vitebsk, su humilde ciudad natal, en el seno de una familia entrañable, pobre, que utilizaba sus cuadros para sacudirse la tierra de los zapatos. Y más tarde, lo años de aprendizaje en San Petersburgo y Moscú y más allá la bohemia de París.
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Mi vida es el único libro que escribió Marc Chagall (Vitebsk, 1887- París, 1985). Sus palabras son como sus colores, felicidad y melancolía, verdad o ensueño, que alzan el vuelo con los personajes de sus cuadros, tan concretos como milenarios. Este libro dibuja los años trancurridos en Vitebsk, su humilde ciudad natal, en el seno de una familia entrañable, pobre, que utilizaba sus cuadros para sacudirse la tierra de los zapatos. Y más tarde, lo años de aprendizaje en San Petersburgo y Moscú y más allá la bohemia de París.
Hasta el 29 de septiembre se exhibe en el hall de Hebraica, la exposición didáctica:
“Chagall. Vida y obra”
“Chagall. Vida y obra”
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