Martín Buber nació en Viena en
1878. Realizó sus estudios en esa ciudad, en Liepzig y en Berlín.
Fue redactor del periódico Die Welt del
Movimiento Sionista y fundador del Der Jude. Hombre de una
vastísima formación judía y honda sensibilidad hacia su tiempo, Martin
Buber fue, desde 1923 hasta el ascenso de Hitler al poder, profesor de la Universidad de Frankfurt donde enseñó teología
judía e historia de las religiones. En 1920 había creado con Franz
Rosenzweig la Freies Jüdisches Lehrhaus (Academia Judía
Libre), que a partir del acceso de Hitler al poder, se convirtió en
el más importante centro de educación para judía adultos anterior
a la Segunda Guerra Mundial, debido a la prohibición de asistencia
de los judíos a las escuelas públicas. Esto ocurrió a pesar de que
el partido nazi obstruyó todo lo posible esta organización.
Al ser expulsado de la Universidad por las disposiciones establecidas por los nazis, Buber decide emigrar con su familia a Eretz Israel, lo que concreta tiempo después, en 1938, y es nombrado profesor de Filosofía Social en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde enseñó hasta su jubilación en 1951.
Al ser expulsado de la Universidad por las disposiciones establecidas por los nazis, Buber decide emigrar con su familia a Eretz Israel, lo que concreta tiempo después, en 1938, y es nombrado profesor de Filosofía Social en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde enseñó hasta su jubilación en 1951.
Escritor de obras fundamentales, entre
ellas, Yo y tú, ¿Qué es el hombre? y Eclipse de Dios,
se lo conoce como el padre de las filosofías del diálogo y además uno de los más importantes estudiosos del jasidismo.
Murió hace 49 años, el 13 de junio de
1965. Lo honramos a través de las palabras de Roger Calles, director
de la Editorial Lilmod, quien epilogó Imágenes
del bien y del mal de Martin
Buber (Lilmod, Buenos Aires, 2006).
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Imágenes del bien y del mal de
Martin Buber
Epílogo de Roger
Calles (fragmento)
“El trabajo de toda la vida de Buber
estuvo orientado a mostrar que la verdadera decisión vital de los
hombres no es la disputa entre distintas creencias, sino confiar en
el encuentro del hombre con el hombre. El verdadero problema de hoy
es el ateísmo, entendido no como el que no cree en una verdad, en la
ciencia o en un saber, sino como el que no cree en que la presencia
del otro y, por lo tanto, en el vínculo con él, es el sustento de
su sentido en el mundo.
El ateo de Buber es aquel cuya emuná
está adormecida, es aquel que tiene a su yo como eje central de su
realización. El individualismo constituye una de las formas más
cerradas de existir. Aun más que las que implica creer en un dogma,
porque por lo menos el que cree en un dogma confía en los otros que
creen en el mismo dogma. Es cierto que el dogmatismo ha llevado a la
muerte a los que no creen como uno, pero el individualista,
preocupado y ocupado en su propia vida, deja que miles mueran porque
no son de su incumbencia. En el primer caso es fácil señalar al
individuo como responsable pero, en el segundo, la conciencia de la
responsabilidad está tan ahogada, que las personas se excusan
diciendo que no son responsables. Responsables son los otros.
El gran síntoma de la crisis de
nuestra época es, según Buber, la desconfianza; y la difícil
salida, quizá la única posible, es empezar a recorrer el camino que
va de la existencial desconfianza a la existencia genuina del
diálogo. Si uno cree que la plenitud de nuestras vidas depende de
nuestro propio ser y hacer, y que el otro es un medio necesario para
conseguirla, entonces mientras persista esta visión-actitud no
aparecerá un futuro para el hombre. Por este camino será difícil
generar una sociedad que tienda a disminuir el aisalmiento y el
sufrimiento. Este es su mensaje. Hubo momentos en la historia en que
los filósofos se comprometieron con los destinos de los pueblos,
buscando resolver los problemas que los aquejaban, y contribuyendo a
cambiar y a forjar nuevas concepciones del mundo. Hay otras épocas,
como ésta, donde prepondera una cierta tendencia al academicismo. El
pensamiento tiende a encerrarse en sí mismo y, finalmente, confunde
las palabras que surgen de sus construcciones lógicas con las
palabras que surgen del diálogo con la vida. La crisis de
representatividad no sólo está en los políticos, sino también en
los filósofos. Quizá sea tiempo de que empecemos por reformular
nuestra concepción del hombre.
No faltará quien pregunte: ¿este es
el gran cambio, es ésta toda la propuesta? Algunos dirán que la
propuesta de Buber es idílica, que la relación yo-tú es una
relación de amor o de amistad espiritual de excepción. ¿Qué pasa
cuando nos encontramos en una situación de conflicto y oposición
con el otro? Buber responde: “La relación yo-tú puede
ganar toda su grandeza y fuerza precisamente ahí donde dos hombres
se encuentran sin ningún lazo espiritual en común, incluso hasta
con disposiciones opuestas. Aun así, oponiéndose uno al otro, en el
conflicto más severo, ambos se dan por enterados y reconocen el
significado y las intenciones del otro, se aceptan y confirman a la
otra persona en toda su particularidad. En esta común situación de
estar peleándose uno con el otro, uno mantiene presente la vivencia
y la presencia del otro lado a través de estar viviendo esa
situación. Esto no es ninguna amistad, ninguna relación idílica,
es sólo la camaradería de la criatura humana que ha alcanzado su
realización en la dura realidad terrenal, es lo común en las
diferencias”.
Si al otro le damos verdadero estatus
de otro, entonces los conflictos pasan a ser portadores de soluciones
y creación, y no de destrucción. La pregunta debería ser,
entonces, reformulada de la siguiente manera: ¿permitiremos que el
lenguaje buberiano cale en lo profundo de nuestros corazones?
¿Seremos capaces de tanto?”
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