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viernes, 13 de junio de 2014

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

15 de Sivan de 5774

Martín Buber nació en Viena en 1878. Realizó sus estudios en esa ciudad, en Liepzig y en Berlín. Fue redactor del periódico Die Welt del Movimiento Sionista y fundador del Der Jude. Hombre de una vastísima formación judía y honda sensibilidad hacia su tiempo, Martin Buber fue, desde 1923 hasta el ascenso de Hitler al poder, profesor de la Universidad de Frankfurt donde enseñó teología judía e historia de las religiones. En 1920 había creado con Franz Rosenzweig la Freies Jüdisches Lehrhaus (Academia Judía Libre), que a partir del acceso de Hitler al poder, se convirtió en el más importante centro de educación para judía adultos anterior a la Segunda Guerra Mundial, debido a la prohibición de asistencia de los judíos a las escuelas públicas. Esto ocurrió a pesar de que el partido nazi obstruyó todo lo posible esta organización.
Al ser expulsado de la Universidad por las disposiciones establecidas por los nazis, Buber decide emigrar con su familia a Eretz Israel, lo que concreta tiempo después, en 1938, y es nombrado profesor de Filosofía Social en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde enseñó hasta su jubilación en 1951.
Escritor de obras fundamentales, entre ellas, Yo y tú, ¿Qué es el hombre? y Eclipse de Dios, se lo conoce como el padre de las filosofías del diálogo y además uno de los más importantes estudiosos del jasidismo.
Murió hace 49 años, el 13 de junio de 1965. Lo honramos a través de las palabras de Roger Calles, director de la Editorial Lilmod, quien epilogó Imágenes del bien y del mal de Martin Buber (Lilmod, Buenos Aires, 2006).

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Imágenes del bien y del mal de Martin Buber
Epílogo de Roger Calles (fragmento)

“El trabajo de toda la vida de Buber estuvo orientado a mostrar que la verdadera decisión vital de los hombres no es la disputa entre distintas creencias, sino confiar en el encuentro del hombre con el hombre. El verdadero problema de hoy es el ateísmo, entendido no como el que no cree en una verdad, en la ciencia o en un saber, sino como el que no cree en que la presencia del otro y, por lo tanto, en el vínculo con él, es el sustento de su sentido en el mundo.
El ateo de Buber es aquel cuya emuná está adormecida, es aquel que tiene a su yo como eje central de su realización. El individualismo constituye una de las formas más cerradas de existir. Aun más que las que implica creer en un dogma, porque por lo menos el que cree en un dogma confía en los otros que creen en el mismo dogma. Es cierto que el dogmatismo ha llevado a la muerte a los que no creen como uno, pero el individualista, preocupado y ocupado en su propia vida, deja que miles mueran porque no son de su incumbencia. En el primer caso es fácil señalar al individuo como responsable pero, en el segundo, la conciencia de la responsabilidad está tan ahogada, que las personas se excusan diciendo que no son responsables. Responsables son los otros.
El gran síntoma de la crisis de nuestra época es, según Buber, la desconfianza; y la difícil salida, quizá la única posible, es empezar a recorrer el camino que va de la existencial desconfianza a la existencia genuina del diálogo. Si uno cree que la plenitud de nuestras vidas depende de nuestro propio ser y hacer, y que el otro es un medio necesario para conseguirla, entonces mientras persista esta visión-actitud no aparecerá un futuro para el hombre. Por este camino será difícil generar una sociedad que tienda a disminuir el aisalmiento y el sufrimiento. Este es su mensaje. Hubo momentos en la historia en que los filósofos se comprometieron con los destinos de los pueblos, buscando resolver los problemas que los aquejaban, y contribuyendo a cambiar y a forjar nuevas concepciones del mundo. Hay otras épocas, como ésta, donde prepondera una cierta tendencia al academicismo. El pensamiento tiende a encerrarse en sí mismo y, finalmente, confunde las palabras que surgen de sus construcciones lógicas con las palabras que surgen del diálogo con la vida. La crisis de representatividad no sólo está en los políticos, sino también en los filósofos. Quizá sea tiempo de que empecemos por reformular nuestra concepción del hombre.
No faltará quien pregunte: ¿este es el gran cambio, es ésta toda la propuesta? Algunos dirán que la propuesta de Buber es idílica, que la relación yo-tú es una relación de amor o de amistad espiritual de excepción. ¿Qué pasa cuando nos encontramos en una situación de conflicto y oposición con el otro? Buber responde: “La relación yo-tú puede ganar toda su grandeza y fuerza precisamente ahí donde dos hombres se encuentran sin ningún lazo espiritual en común, incluso hasta con disposiciones opuestas. Aun así, oponiéndose uno al otro, en el conflicto más severo, ambos se dan por enterados y reconocen el significado y las intenciones del otro, se aceptan y confirman a la otra persona en toda su particularidad. En esta común situación de estar peleándose uno con el otro, uno mantiene presente la vivencia y la presencia del otro lado a través de estar viviendo esa situación. Esto no es ninguna amistad, ninguna relación idílica, es sólo la camaradería de la criatura humana que ha alcanzado su realización en la dura realidad terrenal, es lo común en las diferencias”.
Si al otro le damos verdadero estatus de otro, entonces los conflictos pasan a ser portadores de soluciones y creación, y no de destrucción. La pregunta debería ser, entonces, reformulada de la siguiente manera: ¿permitiremos que el lenguaje buberiano cale en lo profundo de nuestros corazones? ¿Seremos capaces de tanto?”

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