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viernes, 6 de junio de 2014

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

8 de Sivan de 5774
 
Philip Roth se despide












En los años cincuenta y sesenta, un grupo de novelistas norteamericanos tomó el relevo de la famosa "generación perdida". Sus nombres: Saul Bellow, Bernard Malamud, Norman Mailer, todos ellos de procedencia judía. El más joven era un tal Philip Roth. Los cuatro sucedieron a un autor formidable, considerado el padre de la narrativa judía estadounidense, un escritor de origen ucraniano tardíamente reconocido: Henry Roth.
Philip Roth, nacido en Nueva Jersey en 1933, nos dejó, después de más de 50 años de escritura, las mejores novelas, conmovedoras y a la vez transgresoras obras maestras de la literatura contemporánea : El lamento de Portnoy, La visita al maestro, Sale el espectro, Operación Shylock, El teatro de Sabbath, Pastoral americana, La conjura contra América, por nombrar sólo algunas de una treintena de textos publicados.
Recibió numerosos y prestigiosos premios, el último fue el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Hacia fines de 2012, Roth anunció que no volvería a publicar libros: "Estaba equivocado. La lucha con la escritura terminó. Realmente es un gran alivio, algo cercano a una experiencia sublime, sólo tener la muerte como preocupación". Ahora, semanas atrás, protagonizó en Nueva York la que llamó su última lectura pública con la cual se despide. Philip Roth ha llegado al tramo final y entrega la pluma.

Transcribimos en este espacio, un fragmento magistral de su novela Patrimonio (Seix Barral, 2003), un impresionante libro de memorias en donde se despidió de su padre, Herman Roth, un viudo de ochenta y seis años, un agente de seguros jubilado que lucha por su vida contra un tumor cerebral.


“Se encogió de hombros, y entonces lo comprendí: no había querido que el rabino supiera lo que tenía en mente, por miedo a lo que aquel joven de veintitrés años, a quien él tanto respetaba, pudiera pensar de un judío dispuesto a tirar por ahí sus tefelines. ¿O también en este punto me equivocaba? Bien podía ser que en ningún momento hubiera pensado en el rabino; bien podía ser que se le hubiera presentado, como una súbita revelación, el conocimiento de que en aquel lugar secreto en que los judíos permanecían desnudos, sin avergonzarse unos de otros, le era posible dejar sus tefelines para que allí descansaran, libres de todo riesgo; la noción de que el sitio donde sus tefelines no sufrirían daño alguno, donde nadie los profanaría ni los sometería a mancilla, donde incluso podía ser que les restituyeran la santidad, era entre aquellas barrigas y aquellos testículos judíos, tan familiares. Quizá lo que su acción significaba no era que le diese vergüenza comparecer ante el joven educando de rabino, quizá fuera una especie de declaración por su parte de que el vestuario de hombres de la YHMA se hallaba, con respecto al corazón del judaísmo a que él se había atenido su vida, más cerca que el despacho del rabino en la sinagoga, de modo que nada podría haber resultado más artificioso que acudir con los tefelines al rabino, ni aunque éste hubiera tenido cien años y una barba hasta los pies.
Sí, el vestuario de la YHMA, donde se desnudaban, donde sudaban (“schvitz”, en yiddish), donde expandían su mal olor, donde – hombres entre hombres, sabiéndose de memoria cada rincón y cada ranura de sus cuerpos gastados y deformes – alternaban contándose chistes verdes y donde, antaño, habían cerrado sus acuerdos comerciales... Ese era su templo, y allí era donde seguían siendo judíos.”

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