Por Jack Fuchs y Silvia Lef
20 de Junio de 2013
Jack:
Silvia, ¡qué bueno reunirnos aunque sea feriado!
¡Nuestros diálogos constituyen un verdadero trabajo que nunca me
gusta interrumpir!
Me encanta que siempre vengas y que no falles nunca, por nada.
Silvia:
¡Por supuesto, Jack!
Insoslayable, indeclinable, irrenunciable tarea. Pensar en conjunto,
pensar la diferencia. Hacer nuestro diálogo entre dos mundos
es desafiar los monólogos, los solipsismos, los soliloquios.
¿O no? Jamás podría fallar a tamaño compromiso.
Jack:
Es difícil aceptar que existe un mundo exterior
fuera de uno mismo. Además, ver que las creencias de uno son
diferentes de las de otro. Debo también admitir que mi modo de ver las
cuestiones difiere del tuyo. Eso es re-valioso. Hablar desde ahí,
increíble. Además, siento que al contarte las cosas que pienso, aún
las que me suceden y hablar de ello contigo está super.
Hay un famoso sipur que sucede cuando un rabino intercede entre dos
que se pelean. El problema surge porque uno tiene razón y el otro
también tiene razón.¿Qué hacer ahí?
Silvia:
Bueno, fijate que el Talmud alienta el disenso y la controversia.
¡Vivan los dilemas! Si hubiera un fallo unánime, se anula per se.
Puesto que esa unanimidad violaría el derecho a
la defensa. Prometimos colocar una contratapa tuya escrita para Página 12 acerca
de tu visión de la Guerra Civil Española. ¿Qué te parece si va en el
Diálogo de hoy en tu boca?
Jack:
Acepto lo dicho, cfr. "Los sueños, el hambre y la guerra" del
14/09/2011en Página 12.
"Los 75 años que han pasado desde el inicio de la Guerra Civil Española
me hacen reflexionar, aunque se mezclan en mi mente los recuerdos de
lo vivido en aquella época en que era adolescente, mi mirada de
entonces con mis vivencias unos años después, una vez comenzada la
Segunda Guerra Mundial, y lo que sugiere el mundo en el que vivimos
hoy. A mediados de los años 30, yo vivía lejos de España, en mi
Polonia natal, pero los acontecimientos me conmocionaban.
Yo siempre percibí la Guerra Civil Española como una especie de
antesala de la guerra mundial. Allí, el ejército alemán probó sus
nuevas armas y prestó ayuda al que, en un futuro no muy lejano, sería
el dictador de España Francisco Franco. Ante tales movimientos, ningún
país (excepto la Italia de Mussolini, con un régimen fascista como el
que intentaba instalar Franco) intervino en la Guerra Civil Española
por miedo a la declaración de una nueva guerra por parte de Alemania.
En las Brigadas Internacionales que lucharon apoyando a los
republicanos españoles se congregaron hombres de 54 nacionalidades
distintas. La nacionalidad más numerosa era la francesa, con una cifra
cercana a los 10.000 hombres, buena parte de ellos de la zona de
París. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores reclutados por
los partidos comunistas voluntariamente o veteranos de la Primera
Guerra Mundial. Entre las demás, estaban también los norteamericanos,
integrando la llamada Brigada Abraham Lincoln. Se trataba de una
organización de voluntarios que se integraron a unidades de las
Brigadas Internacionales, en apoyo de la República Española. Gran
parte de sus integrantes eran miembros del Partido Comunista de los
Estados Unidos o de otras organizaciones obreras socialistas. La Unión
Internacional y la URSS enviaron asimismo hombres a luchar contra el
franquismo. La diferencia era que estos últimos eran mandados
oficialmente por el gobierno central.
En aquellos tiempos, yo tenía 14 años y vendía estampillas en Lodz
para ayudar a los republicanos en su lucha. Para nosotros, con nuestra
formación socialista, en mi caso pertenecía al Bund (Partido
Socialdemócrata judío de Polonia), el gobierno republicano
representaba claramente a la clase obrera y luchaba por la justicia
social, por un mundo en paz, de fraternidad entre los hombres. Era lo
que habíamos aprendido: debíamos ayudar al gobierno que representaba
la lucha contra el fascismo de Franco, Mussolini y de Hitler.
En esos años, más precisamente en 1939, mientras Alemania firmaba el
pacto Ribbentrop-Molotov, una paz artificial que todos sabían duraría
poco, muchos jóvenes judíos de hogares muy practicantes decidían ir de
Polonia a luchar a España en apoyo de los republicanos, cosa
completamente incomprensible para sus padres y abuelos, para quienes,
por otra parte, España constituía un territorio prohibido para los
judíos a partir de la Inquisición en 1492. El gobierno polaco no
permitió la salida de aquellos que deseaban ir a luchar a España,
pero, a pesar de ello, muchos viajaron clandestinamente.
En los mismos años, sucedían matanzas terribles en la entonces URSS.
Numerosos comunistas que habían escapado de Polonia cuando allí se
prohibió la existencia de su partido habían sido recibidos con todos
los honores en Moscú. Luego de un par de años, fueron juzgados,
declarados espías y finalmente asesinados. Todo ello ocurría mientras
también se producían los enfrentamientos y los miles de muertos en
España.
En 1941, luego de la invasión de Rusia a Polonia, y con Alemania
ocupando la otra mitad del país, dos líderes del partido socialista
Bund son ejecutados por los rusos, acusados de haber sido espías
nazis.
Todos los recuerdos me brotan, desordenados. Fechas, hechos, vivencias
que bombardean mi cabeza ya anciana. En todo este caos encuentro un
hilo conductor: la crueldad del hombre, su ensañamiento con él mismo.
Ello no me tranquiliza. Todo lo contrario, me confunde cada día más.
Trato de entender las diferencias entre las revoluciones, las guerras
civiles. Sé que hay personas que se dedican a clasificar los hechos
históricos, a ponerles nombres a los distintos conflictos humanos. Esa
tarea se las dejo a ellos. Yo me resisto a creer que se pueden
explicar las guerras, las matanzas y las crueldades. Las
justificaciones siempre me incomodaron.
Empiezo a darme cuenta, a los 87 años, de que lo que extraño de mi
infancia y mis primeros años de adolescencia es el sueño de un mundo
sin guerras, un mundo de libertad, sin fronteras, sin hambre. Todo eso
se esfumó y contemplo cómo nuestra civilización, mientras sigue
avanzando científica y tecnológicamente, no ha podido resolver
problemas básicos como el hambre y las guerras. Me asusta afirmar que,
después de la Segunda Guerra Mundial, casi nada cambió. Las muertes en
guerras civiles, revoluciones y conflictos entre países no cesaron.
Los nacionalismos y los distintos tipos de discriminación se
multiplican, brotan, y, ante ello, la humanidad no parece
sorprenderse. Siempre excusas para matar, siempre guerras dentro de
otras guerras, justificadas por los hombres en nombre de ideologías.
Cada vez hay más fronteras. Cada vez hay más conflictos. Todo parece
demostrarme que mi sueño adolescente se apagó.
* Escritor, pedagogo.
Sobreviviente de Auschwitz".
Silvia:
Fabuloso escrito. Allí esbozás tus ideas acerca de la guerra
civil española como prolegómeno del nazismo y tu opinión sobre la
especie humana, quien rivaliza a ultranza atrapada en la permanente
pulsión thanática. Adherís al hobessianismo en su famosa fórmula
"el hombre es el lupus/lobo del hombre", reinterpretada por Freud en pleno
Siglo XX, en el "Malestar en la Cultura".
Jack:
Soy algo descreído en la especie humana. Aunque está rebueno que
hablemos e intercambiemos criterios. Vos le ponés fe a nuestra
Palabra. ¿Creés en nuestros diálogos?
Una nueva apuesta a mis ideales de juventud es dialogar contigo. Estoy
super agradecido por tu amistad. Me parece un privilegio. ¿Vos, me
padecés?
Silvia:
¿Padecer(te) a vos?
¿Vos que pensás, Jack?
Acaso, ¿supiste acerca de un Patriarca hebraico del Siglo XXI nombrado
como Yacub que lleva tus rasgos? ¿Tal vez lo conozcas y/o tal vez te
sorprenda esa, tu otra faz, de pensador, de periodista, de pedagogo
sin igual, con una otra fe en (el) pensar?
Jack:
"(...)"
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