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viernes, 1 de febrero de 2013

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

21 de Shevat de 5773

El chofer que quería ser D’ s
de Edgar Keret


Este cuento es sobre un chofer de autobús que no estaba dispuesto a abrirle la
puerta a la gente que se retrasaba. No estaba dispuesto a abrirle la puerta a nadie.
Ni a los chicos del secundario que corrían paralelo al autobús y le clavaban miradas
tristes; ni menos aún a la gente nerviosa con camperas militares que golpeaban
con fuerza con la puerta, como si ellos hubiesen llegado a tiempo y fuese él quien
estaba en falta; ni siquiera a las viejecitas cargadas con bolsas de papel marrón con
las compras, que le hacían señas con mano temblorosa.
Y no era por la maldad que no abría la puerta, porque este chofer no tenía ni una
pizca de malvado: era por ideología. La ideología del chofer decía que si,
supongamos, la demora en subir de alguien que se había atrasado era de apenas
medio minuto, y la persona que quedaba fuera del autobús perdía por ello un
cuarto de hora, seguía siendo más conveniente para la sociedad no abrirle la
puerta, porque ese medio minuto lo perdía cada uno de los que viajaban en el
autobús y si, supongamos, en el autobús había unas sesenta personas que no
habían hecho nada malo y que habían llegado a sus respectivas paradas a tiempo,
entonces perdían todos juntos media hora, que es el doble de un cuarto. Ésa era la
única razón por la que no le abría la puerta a nadie. Sabía que los que viajaban no
tenían ni idea de esta razón, ni tampoco los que corrían tras él haciéndole señas de
que abriera. También sabía que la mayoría de ellos pensaban que él era
sencillamente un h… de p... y que en lo personal le resultaba mucho, mucho más
fácil dejarlos subir y recibir agradecimientos y sonrisas. Sólo que si debía elegir
entre los agradecimientos y las sonrisas por un lado y el bien de la sociedad por el
otro, el chofer prefería esto último.
La persona que supuestamente padecía más esta ideología del chofer se llamaba
Edi, pero él, a diferencia de los otros personajes del cuento, ni siquiera intentaba
correr tras el autobús, de tan haragán y pusilánime que era. Este Edi era ayudante
de cocina en un pub-restaurante que se llamaba Bar-Athos, por el mejor juego de
palabras que su estúpido dueño había logrado encontrar como nombre. La comida
del lugar no era gran cosa, pero Edi era una persona muy amable, tan amable que
a veces, cuando un plato no le salía especialmente bien, lo llevaba en persona a la
mesa y se disculpaba. Fue en una de esas disculpas que encontró la Felicidad, o al
menos la posibilidad de la Felicidad, bajo la forma de la una chica tan simpática que
trató de comer toda la carne asada que le había preparado, para que él no se
sintiera mal. Esta chica no quiso decirle el nombre ni darle su número de teléfono,
pero fue lo bastante dulce como para aceptar encontrarse con él al día siguiente a
las cinco, en algún lugar a determinar, en la piscina de exhibición de los delfines,
para ser más exactos.
Edi tenía una enfermedad por la que ya se le habían arruinado muchas cosas en la
vida. No era el tipo de enfermedad que te hace crecer pólipos o ese tipo de cosas,
pero sin embargo ya le había causado mucho daño. Esta enfermedad provocaba
que él durmiera siempre diez minutos de más, y no había despertador que pudiera
con ella. Por eso llegaba siempre tarde al trabajo en el Bar-Athos: por eso y por
nuestro chofer, que siempre prefería el bien de la sociedad por sobre los
argumentos a favor del individuo. Sólo que esta vez, puesto que se trataba de la
Felicidad, Edi decidió vencer la enfermedad y, en lugar de dormir al mediodía,
quedarse despierto mirando televisión. Para mayor seguridad se puso, no uno, sino
tres despertadores en cadena, e incluso solicitó el servicio telefónico. Pero su
enfermedad era de difícil curación y Edi durmió como un bebé frente al canal
infantil y se despertó todo transpirado por el grito ensordecedor de miles de
despertadores, diez minutos demasiado tarde. Salió a la calle con la misma ropa
con la que había dormido y comenzó a correr en dirección a la parada del autobús.
Ya no recordaba cómo se corría, y los pies se confundían un poco cada vez que
bajaba a la vereda. La última vez en su vida que había corrido había sido antes de
descubrir que podía escaparse de las clases de gimnasia, aproximadamente en
sexto año, sólo que a diferencia de esas clases de gimnasia, esta vez corría con
todas sus fuerzas porque ahora también tenía algo que perder, y todo el dolor en el
pecho no era nada en su carrera tras la Felicidad. Todo era en realidad
insignificante para él, todo salvo nuestro chofer que acababa de cerrar la puerta y
comenzaba a dejar la parada.
El chofer vio a Edi por el espejo, pero como ya dijimos, tenía una ideología fundada
en la lógica que, por sobre todo, se basaba en la justicia y el cálculo simple. Pero a
Edi ese cálculo no le importaba; era la primera vez en su vida que realmente corría
para llegar a tiempo y por eso siguió persiguiendo el autobús aún cuando no tenía
ninguna chance de alcanzarlo. Súbitamente su suerte decidió ayudarlo, pero sólo a
medias, porque cien metros después de la parada había un semáforo, y el
semáforo, un segundo antes de que llegara el autobús, se puso en rojo. Edi logró
alcanzar el autobús y arrastrarse hasta la puerta del chofer. Ni siquiera golpeó el
vidrio, de la poca fuerza que le quedaba, sólo lo miró al chofer con ojos
humedecidos y cayó de rodillas, agotado y sin aliento. Esto le recordó algo al
chofer, algo del pasado, de una época en que aún no conducía autobuses, de
cuando todavía quería ser D s. Este recuerdo era un poco triste porque al final el
chofer no se había vuelto D s, pero también era alegre, porque terminó siendo
chofer de autobuses, que era lo segundo que más deseaba. Y de pronto el chofer
recordó que una vez se había prometido a sí mismo que, si finalmente llegaba a ser
D s, sería clemente y misericordioso y escucharía a todas sus criaturas, y cuando
vio a Edi, desde las alturas de su asiento de chofer, de rodillas sobre el asfalto,
sencillamente no aguantó más, y a pesar de toda la ideología y el cálculo simple, le
abrió la puerta y Edi subió y ni siquiera dijo gracias de tan exhausto que estaba.
Conviene dejar de leer este cuento aquí, porque aunque Edi llegó a tiempo a la
piscina de los delfines, al final la Felicidad no pudo llegar porque tenía novio. Pero
de tan amable que era, no quiso decírselo para no ofenderlo, y por eso había
preferido dejarlo plantado. Edi la esperó en el banco convenido durante casi dos
horas. Mientras estuvo sentado, pensó cosas deprimentes sobre la vida y después
también observó el atardecer que fue relativamente hermoso. Y se acordó de los
calambres musculares que iba a tener dentro de poco. De regreso, una vez que
decidió volver a su casa, vio desde lejos el autobús detenido en la parada mientras
bajaban los pasajeros, y supo que incluso de haber tenido la fuerza y el deseo de
correr, jamás lo habría alcanzado. Entonces siguió caminando lentamente, sintiendo
a cada paso un millón de músculos cansados, y cuando al final llegó a la parada, el
autobús todavía estaba ahí esperándolo, y el chofer, a pesar de los murmullos de
irritación, esperó que Edi subiera y no tocó el acelerador hasta que él encontró un
lugar donde sentarse. Y cuando empezó a andar, le lanzó a Edi una mirada tan
triste por el espejo, que hasta logró que todo el asunto le resultara casi soportable.

                                                             *********

Acerca del autor:
Edgar Keret nació en Tel Aviv en 1967. Escritor y cineasta. Sus cuentos, de
venta masiva en Israel, han sido traducidos a más de diez idiomas en todo el
mundo. Su película Malka Red-Heart ganó el mayor premio otorgado en Israel y fue
aclamada en varios festivales internacionales de cine. Actualmente es profesor en la
Escuela de Cine de la Universidad de Tel Aviv. Este cuento pertenece al libro “El
chofer que quería ser D s”, que encara la situación de actual de Medio Oriente
mediante la ficción. Desde la Intifada, este libro fue el primero de un autor israelí
que se tradujo al árabe y se publicó en Ramalá, donde se agotó en poco tiempo.

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