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viernes, 21 de marzo de 2014

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

19 de Adar II de 5774

24 de Marzo - Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia



Recordar lo inolvidable *(fragmento)
Perla Sneh

Mientras no nos expulsen de nuestras
propias palabras, nada tendremos que
temer
Edmond Jabés

Cuando la palabra no resuena más allá de su reproducción efímera, es hora de atender a la mudez que provoca. Cuando la memoria se aquieta en generalización, es hora de despertar inquietud. Cuando la cultura propone el bienestar de una eficacia expurgativa, es preciso introducir malestar.
Ahora que la invocación a la memoria goza de la misma unanimidad de la que gozaba la indiferencia de antaño, es necesario interrogar esa memoria que bien puede ser un ascéptico modo de enmudecer toda huella.
Habrá que tomar un atajo. No un camino más corto, sino un modo de perderse del camino establecido (1), el del consenso trivial. En algo andarían: la frase nos dice que ese atajo está en la lengua, en nuestras palabras cotidianas, que conservan la enmudecida ruina de matanzas que hoy parecen lejanas. Nuestro decir cotidiano guarda una silenciosa memoria del lenguaje del exterminio (asesinato, deberíamos decir, para restituir el crimen a su dimensión jurídica: asesinato calculado, sistemático y metódico). Llamar traslado al asesinato, como se hacía en los días de la Argentina de los vuelos de la muerte, es perseverar en el lenguaje de la Endlösung der Juden Frage, la solución final del probelma judío, de los días del nazismo. Pero esa perseverancia (que tantos suponen superada) insiste en nuestros días, en los que un chico, para significar que está “todo bien”, puede decir no tengo historia. Ahí asoma la memroia muda de un lenguaje que pretende imponer la ausencia de huella – carencia de historia – como bienestar, relegando así a la categoría de malestar la huella misma del sujeto, el que arruina todo sistema, el que no “sirve para nada”, el perejil.
Oponerle a esto la ilusión de una memoria como mágico conjuro que pondría cada cosa en su lugar, borrando toda secuela, en un balance por fin equilibrado entre padecimiento y reparación, es, una vez más, borrar las huellas. Padecíamos un malestar incesante que nos envenenaba el sueño y que no tenía nombre. Llamarlo “neurosis” es simplista y ridículo. (…) El mar de dolor, pasado y presente, nos circundaba y su nivel ha ido subiendo año a año hasta casi ahogarnos (…) sentían que cuanto había sucedido a su alrededor en su presencia, y en ellos mismos, era irrevocable, dice Primo Levi (2).
¿Cómo inscribir eso irrevocable? ¿Cómo inscribir wl padecimiento incurable del ultraje al sujeto precisamente ahí donde la cultura no cesa de hacerlo encarnar en una mortificante memoria vaciada de experiencia? ¿Cómo inscribir lo irreparable cuando las palabras mismas del exterminio, operando como supresión de la huella subjetiva, permanecen vigentes hoy en nuestro discurso cotidiano? Para reconocer en el término traslado – de la jerga de los chupaderos – la persistencia de tratatmiento especial, sonderbehandlung – de la jerga del nazismo - no es preciso forzar la memoria, pero sí, interrogarla; porque la lengua sigue diciendo la matanza y en el seno mismo de esta persistencia se ubica una especificidad: la del exterminio como lenguaje, como gramática de destrucción, el exterminio del discurso, la radical y asesina cancelación de esa singular y paradójica memoria que es el inconsciente. Un lenguaje que, al arrasar con todo discurso, es decir, al arrasar al sujeto al que un discurso se anuda – ofrece consistencia lógica al exterminio. Y discurso no es comunicación, discurso quiere decir: el anudamiento responsable del sujeto a su palabra (3).
Ese anudamiento está suprimido en el eufemismo del cual la lógica del exterminio hizo un recurso fundamental: llegó a acuñar un término específico para ello: Schprachregelung, que en el alemán del nazismo significa utilización del idioma a los fines del régimen. Este término designa los recursos lingüísticos que servían a la maquinaria del exterminio como lenguaje administrativo y como recurso de propaganda y ocultamiento, lo que permitía llevar a cabo las tareas de la matanza sin llamarlas por su nombre.
Palabras y expresiones de significado neutro o quizás positivo servían como denominación del terror y el exterminio. Un ejemplo paradigmático: la solución final del problema judío. La solución final de la cuestión, la respuesta inapelable es lisa y llanamente el exterminio. ¿Cómo ponerla en práctica? La Schprachregelung,la “utilización del idioma a los fines del régimen”, es el modo. Consiste en una vasta, oscura, pero precisa trama de eufemismos que permite la realización del acto criminal sin que éste deba registrarse como tal. El eufemismo no sólo vela la criminalidad del acto a la víctima que lo padecerá, sino que permite al perpetrador desconocer su acto en el momento mismo de cometerlo.
No se trata de confundir un “matar de palabra” con la efectiva matanza de los cuerpos, sino de poner de relieve que ese lenguaje, esa eufemización, que destina los cuerpos a la más absoluta destrucción y a toda huella del sujeto a su eliminación, es un elemento esencial a la realización misma de la matanza.
Tampoco se trata de otras confusiones: “No sabía que para hablar de los crímenes en la Argentina había que saber alemán”, escuché decir a alguien, enojado y conmovido. En la conmoción de su enojo nos enteramos, él y yo, que ahora lo sabíamos. No por homologar – que es borrar diferencias – la especificidad del genocidio en la Argentina de la dictadura con la especificidad de la Shoah, sino por poner en evidencia la lesión que la persistencia del lenguaje de exterminio (ese lenguaje que ha sido irremediablemente introducido entre las cosas que existen) produjo en nuestra lengua cotidiana. Porque la lengua permanece lesionada por el exterminio. De ahí que interrogar la memoria implique interrogar el decir.
(…)
Interrogar el decir puede ser, entonces, un modo de la memoria, pero no la memoria eufemizada que convoca a los hechos para relegarlos a cualquier desván teórico sino como acto, como apuesta de lectura de lo imposible de escribir, una memoria que nunca es neutra ni objetiva y que implica, por lo tanto, un trabajo de singularización, el doloroso reparar en un detalle, el quedarse prendido de un nombre, uno sólo, que actualiza en sí mismo, como puramente singular, la radicalidad de un crimen que no se define por cantidad de víctimas sino por proximidad del abismo.
Y en ese punto, como dice Freud, ceder en la palabra es un camino establecido en dirección a ceder en la cosa misma.

(1)Blanchot, M. La escritura del desastre, Monte Avila Editores, Venezuela, 1990. 
(2) Levi, P. Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores S.A., Barcelona, 1989.
(3) Sneh, P. y Cosaka, J.C. La shoah en el siglo - del lenguaje del exterminio al exterminio del discurso, Xavier Bóveda Editores, Buenos Aires, 2000.
 

* Trabajo publicado en La memoria de las cenizas, Pablo Dreizik [compilador], editado por la Dirección Nacional de Patrimonio, Museos y Artes, Buenos Aires, 2001.

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Perla Sneh estudió en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en la Academia de Arte y Diseño Betzalel (Jerusalén) y en la UBA. Es psicoanalista y docente en cursos de posgrado de la UBA, la UNR y la UNTREF, donde es investigadora del Centro de Estudios de Genocidio. Integra la revista Redes de la letra y es miembro de Ensayo y Crítica del psicoanálisis. Traduce e investiga la lengua ídish en sus diversas manifestaciones.
Ha publicado La Shoah en el Siglo - Del lenguaje del exterminio al exterminio del discurso (e/c con el Dr. J. C. Cosaka; II° Ed. Bs. As. 2000); Ciudad autónoma (2004); Bíblicos (2006); Buenos Aires ídish - Temas de Patrimonio N°19 CPPHC de la CABA (Bs. As., 2006). En 2007 realizó la investigación A fusgueier, an ainzamer (Un peatón, solitario) Poesía ídish porteña (Programa Metropolitano de Fomento de la Cultura, las Artes y las Ciencias - Fondo Cultura BA).

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