19 de Adar II de 5774
24 de Marzo - Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia
Recordar lo inolvidable *(fragmento)
Perla Sneh
Mientras no nos expulsen
de nuestras
propias palabras, nada
tendremos que
temer
Edmond Jabés
Cuando la palabra no resuena más allá
de su reproducción efímera, es hora de atender a la mudez que
provoca. Cuando la memoria se aquieta en generalización, es hora de
despertar inquietud. Cuando la cultura propone el bienestar de una
eficacia expurgativa, es preciso introducir malestar.
Ahora que la invocación a la memoria
goza de la misma unanimidad de la que gozaba la indiferencia de
antaño, es necesario interrogar esa memoria que bien puede ser un
ascéptico modo de enmudecer toda huella.
Habrá que tomar un atajo. No un camino
más corto, sino un modo de perderse del camino establecido (1), el
del consenso trivial. En algo andarían: la frase nos dice que
ese atajo está en la lengua, en nuestras palabras cotidianas, que
conservan la enmudecida ruina de matanzas que hoy parecen lejanas.
Nuestro decir cotidiano guarda una silenciosa memoria del lenguaje
del exterminio (asesinato, deberíamos decir, para restituir el
crimen a su dimensión jurídica: asesinato calculado, sistemático y
metódico). Llamar traslado al asesinato, como se hacía en
los días de la Argentina de los vuelos de la muerte, es perseverar
en el lenguaje de la Endlösung der Juden Frage, la solución
final del probelma judío, de los días del nazismo. Pero esa
perseverancia (que tantos suponen superada) insiste en nuestros días,
en los que un chico, para significar que está “todo bien”, puede
decir no tengo historia. Ahí asoma la memroia muda de un
lenguaje que pretende imponer la ausencia de huella – carencia de
historia – como bienestar, relegando así a la categoría de
malestar la huella misma del sujeto, el que arruina todo sistema, el
que no “sirve para nada”, el perejil.
Oponerle a esto la ilusión de una
memoria como mágico conjuro que pondría cada cosa en su lugar,
borrando toda secuela, en un balance por fin equilibrado entre
padecimiento y reparación, es, una vez más, borrar las huellas.
Padecíamos un malestar incesante que nos envenenaba el sueño y
que no tenía nombre. Llamarlo “neurosis” es simplista y
ridículo. (…) El mar de dolor, pasado y presente, nos circundaba y
su nivel ha ido subiendo año a año hasta casi ahogarnos (…)
sentían que cuanto había sucedido a su alrededor en su presencia, y
en ellos mismos, era irrevocable, dice Primo Levi (2).
¿Cómo inscribir eso irrevocable?
¿Cómo inscribir wl padecimiento incurable del ultraje al sujeto
precisamente ahí donde la cultura no cesa de hacerlo encarnar en una
mortificante memoria vaciada de experiencia? ¿Cómo inscribir lo
irreparable cuando las palabras mismas del exterminio, operando como
supresión de la huella subjetiva, permanecen vigentes hoy en
nuestro discurso cotidiano? Para reconocer en el término traslado –
de la jerga de los chupaderos – la persistencia de tratatmiento
especial, sonderbehandlung – de la jerga del nazismo - no es
preciso forzar la memoria, pero sí, interrogarla; porque la lengua
sigue diciendo la matanza y en el seno mismo de esta persistencia se
ubica una especificidad: la del exterminio como lenguaje, como
gramática de destrucción, el exterminio del discurso, la radical y
asesina cancelación de esa singular y paradójica memoria que es el
inconsciente. Un lenguaje que, al arrasar con todo discurso, es
decir, al arrasar al sujeto al que un discurso se anuda – ofrece
consistencia lógica al exterminio. Y discurso no es comunicación,
discurso quiere decir: el anudamiento responsable del sujeto a su
palabra (3).
Ese anudamiento está suprimido en el
eufemismo del cual la lógica del exterminio hizo un recurso
fundamental: llegó a acuñar un término específico para ello:
Schprachregelung, que en el alemán del nazismo significa
utilización del idioma a los fines del régimen. Este término
designa los recursos lingüísticos que servían a la maquinaria del
exterminio como lenguaje administrativo y como recurso de propaganda
y ocultamiento, lo que permitía llevar a cabo las tareas de la
matanza sin llamarlas por su nombre.
Palabras y expresiones de significado
neutro o quizás positivo servían como denominación del terror y el
exterminio. Un ejemplo paradigmático: la solución final del
problema judío. La solución final de la cuestión, la respuesta
inapelable es lisa y llanamente el exterminio. ¿Cómo ponerla en
práctica? La Schprachregelung,la
“utilización del idioma a los fines del régimen”, es el modo.
Consiste en una vasta, oscura, pero precisa trama
de eufemismos que permite la realización del acto criminal sin que
éste deba registrarse como tal. El eufemismo no sólo vela la
criminalidad del acto a la víctima que lo padecerá, sino que
permite al perpetrador desconocer su acto en el momento
mismo de cometerlo.
No se trata de
confundir un “matar de palabra” con la efectiva matanza de los
cuerpos, sino de poner de relieve que ese lenguaje, esa eufemización,
que destina los cuerpos a la más absoluta destrucción y a toda
huella del sujeto a su eliminación, es un elemento esencial a la
realización misma de la matanza.
Tampoco
se trata de otras confusiones: “No sabía que para hablar de los
crímenes en la Argentina había que saber alemán”, escuché decir
a alguien, enojado y conmovido. En la conmoción de su enojo nos
enteramos, él y yo, que ahora lo sabíamos. No por homologar – que
es borrar diferencias – la especificidad del genocidio en la
Argentina de la dictadura con la especificidad de la Shoah, sino por
poner en evidencia la lesión que la persistencia del lenguaje de
exterminio (ese lenguaje que ha sido irremediablemente introducido
entre las cosas que existen)
produjo en nuestra lengua cotidiana. Porque la lengua permanece
lesionada por el exterminio. De ahí que interrogar la memoria
implique interrogar el decir.
(…)
Interrogar
el decir puede ser, entonces, un modo de la memoria, pero no la
memoria eufemizada que convoca a los hechos para relegarlos a
cualquier desván teórico sino como acto, como apuesta de lectura de
lo imposible de escribir, una memoria que nunca es neutra ni objetiva
y que implica, por lo tanto, un trabajo de singularización, el
doloroso reparar en un detalle, el quedarse prendido de un nombre,
uno sólo, que actualiza en sí mismo, como puramente singular, la
radicalidad de un crimen que no se define por cantidad de víctimas
sino por proximidad del abismo.
Y en
ese punto, como dice Freud, ceder en la palabra es un camino
establecido en dirección a ceder en la cosa misma.
(1)Blanchot, M. La escritura del desastre, Monte Avila Editores, Venezuela, 1990.
(2) Levi, P. Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores S.A., Barcelona, 1989.
(3) Sneh, P. y Cosaka, J.C. La shoah en el siglo - del lenguaje del exterminio al exterminio del discurso, Xavier Bóveda Editores, Buenos Aires, 2000.
* Trabajo publicado en La memoria de las cenizas, Pablo Dreizik [compilador], editado por la Dirección Nacional de Patrimonio, Museos y Artes, Buenos Aires, 2001.
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Perla Sneh estudió en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en la Academia de
Arte y Diseño Betzalel (Jerusalén) y en la UBA. Es psicoanalista y
docente en cursos de posgrado de la UBA, la UNR y la UNTREF, donde es
investigadora del Centro de Estudios de Genocidio. Integra la revista
Redes de la letra y es miembro de Ensayo y Crítica del psicoanálisis.
Traduce e investiga la lengua ídish en sus diversas manifestaciones.
Ha
publicado La Shoah en el Siglo - Del lenguaje del exterminio al
exterminio del discurso (e/c con el Dr. J. C. Cosaka; II° Ed. Bs. As.
2000); Ciudad autónoma (2004); Bíblicos (2006); Buenos Aires ídish -
Temas de Patrimonio N°19 CPPHC de la CABA (Bs. As., 2006). En 2007
realizó la investigación A fusgueier, an ainzamer (Un peatón, solitario)
Poesía ídish porteña (Programa Metropolitano de Fomento de la Cultura,
las Artes y las Ciencias - Fondo Cultura BA).