13 de Tamuz de 5774
El Rabino de Isaak Babel
-...Todo es mortal. La vida eterna sólo
es patrimonio de las madres. Y cuando una madre ya no es de este
mundo, deja de sí un recuerdo que nadie ha osado aún infamar. El
recuerdo de la madre alimenta nuestra compasión, como el océano, el
inconmensurable océano, alimenta los ríos que cruzan por todas
partes de la Tierra...
Estas palabras pertenecen a Guedali.
Las pronunció con aire de gravedad. La tarde, moribunda, le envolvía
en el rosado humo de su melancolía. El anciano dijo:
- Las ventanas y las puertas de la
ardiente mansión de hasidismo han sido arrancadas, pero éste
es inmortal como el alma de una madre... Con los ojos anegados, el
hasidismo continúa aún de pie en la encrucijada de los
vientos de la historia.
Así dijo Guedali, y después de rezar
en la sinagoga me condujo a casa del rabino Motale, el último rabino
de la dinastía de Chernobilsk.
Subí con Guedali por la calle mayor.
Blancas iglesias resplandecían en la lejanía como campos de
alforfón. Tras la esquina gemía una rueda de cañón. Salieron de un
portal dos ucranianas embarazadas luciendo tintineantes collares y se
sentaron en un banco. Se encendió una tímida estrella en medio de
los anaranjados combates del crepúsculo, y una gran calma, la calma
del sábado, descendió sobre los torcidos techos del ghetto de
Zhitomir.
- Es aquí – musitó Guedali
indicándome una alargada casa de fachada destrozada.
Entramos en la habitación, enlosada y
vacía como un depósito de cadáveres. El rabino Motale estaba
sentado junto a una mesa, rodeado de posesos y falsarios. Llevaba un
gorro de marta cebellina y una bata blanca ceñida con un cordón. El
rabino tenía los ojos cerrados y hundía sus flacos dedos en la
pelusa amarilla de su barba.
- ¿De dónde ha llegado el hebreo? -
preguntó levantando los párpados.
- De Odessa – respondí yo.
- Piadosa ciudad – manifestó el rabino
-, estrella de nuestro desierto, involuntario pozo de nuestras
calamidades... ¿Cuál es la ocupación del hebreo?
- Pongo en verso las aventuras de Hersch,
el de Ostropol.
- Importante trabajo – murmuró el
rabino cerrando los párpados-. El chacal gime cuando está
hambriento, cualquier tontulo dispone de la tomtería necesaria para
el abatimiento, sólo el sabio desgarra con su risa el velo de la
existencia... ¿Qué ha estudiado el hebreo?
- La Biblia.
- ¿Qué busca el hebreo?
- Un poco de alegría.
- Reb Mordje – dijo el maestro
sacudiendo la barba -, que el joven ocupe un puesto en la mesa, que
coma con los demás hebreos en esta tarde del sábado, que se alegre
de estar vivo, y no muerto, que bata palmas cuando sus vecinos bailen
y que beba vino si le sirven vino...
Se me acercó con presteza reb Mordje,
antiguo payaso de párpados vueltos hacia afuera, vejestorio giboso
cuya estatura no superaba la de un niño de diez años.
- ¡Ay, mi querido y joven amigo! -
exclamó el harapiento reb Mordje, guiñándome -. ¡Ay, cuántos
imbéciles ricos no habré conocido en Odessa! ¡Y cuántos sabios
indigentes no conoceré en Odessa! Sentaos a la mesa, joven, y bebed
el vino que no os van a servir...
Nos sentamos todos, unos al lado de
otros, los posesos, los falsarios y los mirones. En un rincón gemían
sobre sus libros de rezo unos hebreos anchos de espaldas, semejantes
a pescadores y a apóstoles. Con la levita verde, Guedali dormitaba
junto a la pared como un pajarillo de colores abigarrados. De pronto
vi a un joven detrás de Guedali, a un joven con el rostro de
Spinoza, con la poderosa frente de Spinoza, y con la marchita cara de
una monja. Fumaba y temblequeaba como el fugitivo que es llevado a la
cárcel de una persecución. El harapiento Mordje se le acercó
furtivamente por detrás, le arrancó el cigarrillo de la boca y se
retiró corriendo hacia mí.
- Es el hijo del rabino Iliá – afirmó
con voz ronca Mordje acercando a mí la sangrante carne de sus
párpados desgarrados -. Es el hijo maldito, el último hijo, el hijo
rebelde...
Y Mordje amenazó al joven con el puño
y le escupió en la cara.
- Bendito sea el Señor – sonó
entonces la voz del rabino Motale Bratslavski, que partió el pan con
sus dedos de monje -, bendito sea el Dios de Israel que nos escogió
de entre todos los pueblos de la Tierra...
El rabino bendijo los alimentos y nos
sentamos a comer. Tras la ventana relinchaban los caballos y gritaban
los cosacos. El vacío de la guerra bostezaba tras la ventana. El
hijo del rabino fumaba un cigarrillo tras otros entre silencios y
oraciones. Cuando terminó la cena, me levanté antes que nadie.
- Mi querido y joven amigo – murmuró
Mordje desde mis espaldas tirándome del cinto -, si en el mundo no
hubiera más que ricos malvados y mendigos vagabundos, ¿de qué
vivirían los buenos?
Entregué dinero al anciano y salí a
la calle. Me despedí de Guedali y me fui a mi alojamiento, a la
estación. En ésta, en el tren de la Sección de Propaganda del
primer Ejército de Caballería, me aguardaba el resplandor de
cientos de luces, el mágico brillo del puesto de radiotelegrafía,
la tenza carrera de las máquinas tipográficas y el artículo que
debía terminar para El Jinete Rojo.
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Después de tratar de postular en vano a la Universidad de Odesa (donde también se le impidió el ingreso por razones de "cuota para judíos"), Bábel ingresó en el Instituto de Comercio de Kiev. En 1915 Bábel se graduó y se trasladó a Petrogrado, hoy San Petersburgo, desafiando las leyes zaristas que ordenaban el confinamiento de los judíos en la "Zona de Asentamiento". Se convirtió en periodista y dramaturgo.
Vió en la Revolución de Octubre la posibilidad de unir sus dos “patrias”: las raíces judías y su amor por la Madre Rusia. Luego de enrolarse con nombre falso en un regimiento de cosacos y retratar magistralmente la vida en el frente de batalla (Caballería Roja) y el submundo del hampa en su ciudad natal (Cuentos de Odessa), se convirtió en uno de los modelos de la naciente literatura soviética. Pero, en 1939, la policía secreta de Stalin lo arrestó, lo obligó bajo tortura a declararse culpable y lo ejecutó.
El relato que aquí se reprodujo corresponde a Caballería Roja .
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