14 de Adar de 5774
La página en blanco (fragmento)
Edmond Jabès
En el comienzo estaba un punto, y ese
punto ocultaba un jardín. Motivados por su pasado, los judíos, en
su práctica cotidiana del Texto, se dieron cuenta de que cada
palabra tenía sus propias raíces. Hicieron, de la consonante, el
tronco, y de la vocal, la rama nutricia, igual como Dios había hecho
de un punto brillante, el astro del día, y de un punto deslumbrado,
el astro de la noche.
(…)
“Entra con tus palabras en cada una
de mis palabras”, parece recomendarnos el libro. “Tú tienes ahí
tu lugar; un lugar en el que te puedo acoger con tu pasado y tu
porvenir; pues tengo la edad del tiempo y la ausencia de edad de la
eternidad; porque soy la eternidad en el tiempo y el tiempo eterno.”
Para el escritor ¿qué es el tiempo? -
Quizás un sonido, una seña, la presión, apenas sensible, de un
dedo sobre la página en blanco.
Pasaje del tiempo que no es el tiempo
que pasa, sino tiempo sorprendido en su pasaje.
No se puede contener el aire –
nuestra respiración - , pero se pueden contar los latidos del pulso
que acompasan la huida de los días.
“Creí al principio ser escritor.
Luego me di cuenta de que era judío; después ya no diferencié en
mí entre el escritor y el judío, pues lo mismo uno que otro no son
sino el tormento de una antigua palabra.”
La pregunta que obsesiona al judío es
la siguiente: “¿Qué es lo que me autoriza a considerarme judío?
¿En qué, lo que digo y lo que hago, sé que son palabras y actos
judíos?”.
Así se forma y se desarrolla en él
una doble interrogación: la que le plantea a la duda su certeza, y
la que a su certeza le plantea la duda.
¿Y si el judaísmo no fuera sino el
devenir de esa duda llena de certeza?
¿Pero se trata realmente de duda? Más
bien de la necesidad de pesar, cada vez, el pro y el contra.
La certeza no puede nacer más que de
esa confrontación. Método comprobado que conduce al judío a una
profundización.
El judaísmo y la escritura me parecen
participar de una misma apertura: apertura a una palabra que estamos
llamado a vivir en su totalidad
Palabra de una palabra de horizonte a
la que estamos acotados desde el primer libro: ese libro fuera del
tiempo que el tiempo, no obstante, sin alterarlo, perpetúa
perpetuándose a sí mismo en él.
El judío es, en el libro, el mismo
libro. El libro es, en el judío, él mismo palabras judías; pues el
libro, más que una confirmación, es, para el judío, la revelación
de su judaísmo.
El judío se inclina sobre el libro
sabiendo de antemano que ese libro esta por concluirse a través de
sus propias palabras y silencios.
Entrar en el pensamiento del libro como
se entraría en el pensamiento de Dios.
El judío ha llevado la lectura hasta
ese nivel.
Para el judío el punto de llegada y el
punto de partida se confunden.
Los dos están en ese nombre solitario:
Judío. Primera y ultima palabra de un libro donde todo lo demás se
ha borrado.
Escritura nómade. Libro del nómade.
La experiencia del desierto fue, para
mí, predominante. Entre el cielo y la arena, entre el Todo y la
Nada, la pregunta es quemante. Arde y no se consume. Arde por sí
misma en el vacío. La experiencia del desierto es también la
escucha, la extrema escucha. No solamente se escucha lo que en
ninguna otra parte se oiría, el verdadero silencio cruel y doloroso,
porque incluso pareciera reprocharle al corazón sus latidos; sino,
como cuando por ejemplo está uno acostado sobre la arena y sucede
que, de pronto, un ruido insólito nos intriga; un ruido como el de
un paso humano o de un animal, más cercano a cada instante, o que se
aleja o parece alejarse, que sigue de largo. Después de un buen
momento, si uno se encontrara en esa dirección, surge del horizonte
el hombre o el animal que nuestro oído nos había anunciado. El
nómada ya habrá identificado a esa “cosa viviente” antes de
verla; inmediatamente después de que el oído la haya percibido.
Yo he tratado, como el nómada a su
desierto, de circunscribir el territorio de blancura de la página;
de convertirlo en mi verdadero lugar; como, por su parte, el judío,
que desde hace milenios ha hecho el suyo del desierto de su libro; un
desierto donde la palabra, profana o sagrada, humana o divina, ha
encontrado el silencio para hacerse vocablo; es decir palabra
silenciosa de Dios y última palabra del hombre.
El desierto es algo más que una
práctica de silencio y de escucha. Es una apertura eterna. La
apertura de toda escritura, ésa que el escritor tiene por función
preservar.
Apertura de toda apertura.
Trad.: Esther Seligson
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Edmond Jabés (El Cairo, 1912–París, 1991) fue un escritor judío conocido por
haberse convertido en una de las figuras literarias más famosas en lengua francesa después de la Segunda Guerra Mundial.
Hijo de una familia judía italiana, nació en Egipto, donde recibió una educación colonial francesa clásica. Comenzó publicando en francés a una temprana edad, se le hizo Caballero de la Legión de Honor en 1952 por sus logros literarios.
Cuando Egipto expulsó a su población judía, en 1956, Jabès se trasladó a París. Allí, retomó su vieja amistad con Max Jacob y los surrealistas, aunque nunca fue formalmente miembro de ese grupo. Se convirtió en ciudadano francés en 1967, el mismo año en el cual se le concedió el honor de ser uno de los cuatro escritores franceses (junto con Sartre, Albert Camus y Levi-Strauss) que presentaron sus trabajos en la Exposición Mundial de Montreal. Por otro lado, se le otorgó el Premio de la Crítica en 1972 y una designación como oficial en la Legión de Honor en 1986.
Jabès es bien recordado por sus libros de poesía, a menudo publicados en ciclos multivolumen. En ellos se pueden observar numerosas referencias al misticismo judío y la kabbalah.
Una de sus obras más importantes es El Libro de las preguntas (1963-1973), que lo consagró como un escritor reconocido. A este ciclo de siete tomos, le ha seguido Le Livre des ressemblances (1976-1980) y el Livre des marges. Su final es Livre de l'Hospitalité, aparecido póstumamente en 1991.
Su trabajo ha marcado indeleblemente el pensamiento de Maurice Blanchot y de Jacques Derrida.
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