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Bellezas del Talmud de Rafael Cansinos-Assens
Fragmento de su prólogo
El Talmud es la colina de
transfiguraciones en que el alma hebraica se nos manifiesta con una belleza
sutil y luminosa como la de Cristo en el Tabor; el túmulo de duelo en que, como
el Edipo de las Traxinias, se sienta para ceñirse la aureola de la serenidad.
El Talmud completa maravillosamente la visión azogada de la Biblia como la Odisea homérica templa y
suaviza con aires de mar en otoño el terrible estío bélico de la Ilíada. Porque si la Biblia es una teogonía y
está llena del espíritu terrible y severo, duro e implacable, de las epopeyas
divinas, y es la ley del Talión y de los sacrificios materiales en que se
derrite grasa de víctimas y representa toda la agobiante solidez del primer
templo, el Talmud es un libro humano que no han inspirado los dioses, cuyas
revelaciones salen llameando de sus fauces, como su hálito terrible, que
consume las zarzas, sino el sólo corazón humano, iniciado por el dolor en todos
los misterios de la simpatía. El dios del Talmud no es el Jehová de la Biblia, el Jaldabao de los
gnósticos, apasionado y vehemente, salido de la misma estirpe de las Baalim,
sino un dios humano, traspasado de dolor, como su mismo pueblo, no ya el dios
de las batallas, sino un dios de duelo “que tres veces al día, por la
destrucción de su templo, gime como una paloma”…. Si por un lado el Talmud
reconoce la ley de la Biblia
y se somete a ella, ciñiéndose todos sus nudos sobre el pecho, de otra parte se
emancipa de ella y proclama la libertad de la razón y desentraña el último
sentido de las prescripciones sacerdotales, hasta lograr, dentro del judaísmo,
las últimas transfiguraciones esenciales, la universalidad humana que, fuera de
él y con la ayuda de la cultura helena, logró alcanzar el cristianismo.
Difícil y casi imposible asignar una dirección exclusiva y
única a un libro como este, que se ha ido formando, en el transcurso del
tiempo, parcial y sucesivamente como todas las obras colectivas. Desde el año
180-170 antes de Jesucristo , en que
empezó a recoger las tradiciones dispersas, hasta el siglo IV de nuestra era,
en que parece cerrarse el ciclo de las inspiraciones talmúdicas; este libro
ingente, este gran río espiritual ha ido asumiendo y arrastrando en su raudal
todas las imágenes cambiantes del alma israelita y todas las sombras de su
pensamiento. Como un gran arco tirante, abarca entre sus extremos todas las
evoluciones del pensar israelita y los acontecimientos más decisivos de su
historia…. Y así, si en un aspecto el Talmud puede parecer un libro aún más
teocrático que la Biblia,
como inspirad por el espíritu meticuloso de los fariseos y por su alma, huraña
y pacata, en otro aspecto se nos aparece como un libro extravasado, de una
tolerancia humanísima, finalmente redimido de la estrechez de las
prescripciones litúrgicas y de su letra muerta, y en el que se ha logrado,
dentro de la tradición y de la casa judaica, la misma depuración ética que el
cristianismo alcanzó fuera del recinto del templo y del área de su grave sombra
sagrada….
En realidad, aparte acaso aquellos de sus libros que son de
carácter jurídico o litúrgico, el Talmud representa la liberación del espíritu
israelita, el más vivo paso de su dinamismo, la victoria de la razón sobre la
fe y de la academia sobre la sinagoga.
En las escuelas de interpretación talmúdica en que se forja la dialéctica
hebraica y se argumenta libremente bajo la dirección del maestro, como en las
antiguas academias helénicas, el espíritu adquiere flexibilidad y ligereza, al
par que el hábito e la duda, principio de la verdadera ciencia. La Academia hebraica
prevalece sobre la sinagoga, y aunque sin perder el sentido de su estirpe
teológica, da su preferencia a la filosofía racional y a la ética. La ética es
la gran preocupación de maestros y alumnos en estas academias; no la antigua y
estricta moral religiosa, sino la ética universal cuyos principios investigaba
la divina curiosidad socrática; ya no es tanto Dios como el prójimo el contraste
de la moralidad humana, y la inquietud de una moral absoluta es allí tan viva,
que se presiente cómo un día el grave y tierno Spinoza, excomulgado por ella,
se habrá formado, sin embargo en su seno y conservará toda la vida los rasgos
de la madre….
Así el Talmud transubstancia, a fuerza de espíritu, el
antiguo material tosco de la ley religiosa y lo convierte al fin en una ética y
en un canto de altísima poesía, en esa voluntad de saber y de amor, en esa
religiosidad despojada de dogmas, que es hoy la disposición espiritual de los
israelitas cultos. Y al recorrer hoy sus páginas, comprendemos que aquellos
hombres venerables que sufrieron persecución por este libro, no eran unos
fanáticos ni unas arpías religiosas, anestesiadas entre las llamas, por la
embriaguez de las promesas celestes o por la hiel del odio, sino sencillos
hombres de ciencia, filósofos de alma inalterable, que tenían una fe absoluta
en el triunfo del pensamiento y bebían serenamente su cicuta de fuego. Y este
Talmud inextricable, mantenido en lo secreto de los ghettos, leído con
afán en el misterio nocturno de la
Edad Media, al fulgor de luces cubiertas de
velos opacos, se nos aparece, no como un templo de intransigencia y de odio,
sino como el masónico templo espiritual en que unos seres magnánimos oficiaban
sus ritos de liberada fraternidad…
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Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882 – Madrid, 1964) fue un escritor, poeta, novelista, ensayista, crítico literario y traductor español.
A los quince años, en 1898, fallecido su
padre, se traslada con su familia a Madrid, ciudad que ya nunca
abandonaría.Su educación fue profundamente cristiana de la mano de su madre, ferviente católica, y de las de sus dos hermanas mayores, que llegaron a ser novicias. La rama paterna, «Cansino», era consciente a mediados del siglo XIX de su herencia conversa, lo que llevó a un jovencísimo Rafael a investigar el origen de su apellido, encontrando evidencias de un pasado familiar marcado por la expulsión de los españoles de religión judía en 1492 y que dividió a las familias sefarditas. Es a partir de este momento cuando comienza en él el proceso de asimilación al judaísmo, que ya le acompañará, con no pocos contratiempos, hasta el último minuto de su existencia.
Cautivado por el modernismo, colaboró en varias revistas y frecuentó las tertulias literarias animando
los movimientos ultraístas y vanguardistas.
A su primera obra, "El candelabro de los siete brazos"en 1914, le siguieron importantes traducciones de autores como Turgeniev, Tolstoi y Gorki. Publicó también importantes ensayos críticos como "Poetas y prosistas del novecientos" en 1919, "Los temas literarios y su interpretación" en 1924 y "La nueva literatura" de 1917 a 1927.
Después de la Guerra Civil española, presionado por el régimen franquista, inició un largo aislamiento, dedicándose por completo a trabajar con la Editorial Aguilar en el campo de la traducción. Es autor de las primeras versiones completas en español de "Las mil y una noches" y el "Korán".
Bellezas del Talmud fue un libro largamente perseguido por el antisemitismo y cuya divulgación
fuera del
mundo judío comenzó en el siglo XIX. Fue vertido por primera
vez a la lengua española en esta antología talmúdica seleccionada por Rafael Cansinos
Assens en 1919. Bellezas del
Talmud, más que una traducción, es en realidad una obra literaria de Cansinos Assens, constuida a partir de ediciones francesas e inglesas, abreviadas y de traducción libre, que tuvo por finalidad promocionar el libro y difundirlo en el mundo cultural español. La antología reune fragmentos de la Agadá, aforismos talmúdicos, reglas éticas judías así como hermosas parábolas y fábulas de los Midrachim, consiguiendo un florilegio de los
diez siglos de pensamiento judío que recoge la inmensa edición del Talmud.
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