Viernes 7 de Septiembre de 2012 – 20 de Elul de 5772
Mate amargo (fragmento)
de Enrique Espinoza
No se arrepintió el tío Petacovsky de su arribo a la Argentina. Buenos
Aires, la ciudad acerca de la cual había tenido tan peregrinas noticias en el
buque, resultó muy de su agrado. Esperábanlo en el viejo Hotel de Inmigrantes
dos cercanos parientes de la mujer y algunos amigos.
Gracias a ellos – a quienes ya debía parte del pasaje –
logró instalarse en seguida bajo techo seguro. Fue en una pieza subalquilada a
cierta familia criolla en el antiguo barrio de los Corrales. Para instalarse
allá, tanto el tío Petacovsky como su mujer, tuvieron que dejar a un lado escrúpulos
religiosos: resolverse a vivir entre goim.
Jane Guitel, por cierto, resistióse un poco.
-
Dios mío! – clamaba - ¿Cómo voy a cocinar mi pescado
relleno junto a la olla con puerco de una cristiana?
Pero cuando vió la cocina de tablas clavada frente a la
pieza, como garita de centinela junto a una celda, no tardó en conformarse. Y
la adaptación vino rápida, por cuanto la facilitaron los dueños de casa en el
respeto a las extrañas costumbres de los judíos y en el generoso interés por
ellos.
La misma discreta curiosidad que los criollos mostraban por
la forma rara con que “la rusa” salaba la carne al sol, y el tío Petacovsky
guardaba el sábado, la sentían los recién llegados por las manifestaciones de
la vida argentina. De aquí que a los pocos días, ya todos se entendieran por
gestos, y Jane Guitel fuera rebautizada con el nombre de Guillermina, por el
segundo de los suyos, y el apelativo de doña en lugar del primero.
Por su parte, el tío Petacovsky aprendía a tomar mate sin azúcar,
con los hijos d ela patrona: dos buenos y honrados muchachos argentinos. Y
aunque, como gringo legítimo, les daba las gracias después de cada mate, no
suspendía hasta el séptimo; pues encontraba al mate sin azúcar las mismas
virtudes estomacales que su mujer atribuía al té con limón.
Después del mate amargo, las alpargatas criollas
constituyeron el descubrimiento más a gusto del tío Petacovsky. Desde la
primera mañana que salió a vender cuadros, las encontró insustituibles.
Sin ellas – juraba – jamás habría podido con ese endiablado
oficio – tan de judío errante sin embargo – que le proporcionaron sus
parientes.
Las alpargatas criollas y el mate amargo fueron los primeros
síntomas de la adaptación del tío Petacovsky. Pero la prueba definitiva, la
evidenció dos meses más tarde, concurriendo al entierro del general Mitre. Aquella
imponente manifestación de duelo popular, lo conmovió hasta las lágrimas, y
durante muchos años la recordó como la expresión más alta de una multitud
acongojada por la muerte de un patriarca.
A fuer de israelita piadoso, el tío Petacovsky sabía de
grandes patriarcas y grandes duelos.
Extraido de Espinoza, Enrique, La levita
gris. Cuentos judíos de ambiente porteño, BABEL, Bs. As., 1924.
………………
Enrique Espinoza
(1898 – 1986)
Samuel Glusberg,
verdadero nombre de Enrique Espinoza, nació en Kischinev, Rusia. Llegó con su
familia a Buenos Aires en 1905.
A los dieciséis años, Glusberg era devoto de las
lecturas de Tolstoi, Turguenev, Heinrich Heine y del filósofo
judío-sefardí Baruch Spinoza. De estos dos últimos tomó su seudónimo.
Editor de
libros y de revistas literarias que hicieron época, Samuel Glusberg fue un
talentoso escritor y un casi invisible animador cultural, sin cuyo aporte no podría
comprenderse el despliegue intelectual que tuvo lugar en la Argentina en los años
'20 y '30. Fundó con Evar Méndez la mítica revista "Martín Fierro", y
fue uno de los editores más activos de esas décadas.
En 1919 el
joven Glusberg, socialista, acudió al consagrado Leopoldo Lugones,
nacionalista, para que éste respaldara un congreso de estudiantes. A pesar de
la diferencia de edad y de la distancia ideológica, el escritor consagrado y el
novel sellaron una amistad para toda la vida. Lugones llevó a su joven amigo a
trabajar con él a la
Biblioteca del Maestro; Glusberg se convirtió en su
editor y ambos, Lugones como presidente y Glusberg como secretario, fundan en
1928 la Sociedad
Argentina de Escritores.
De izq. a der: Horacio Quiroga, Samuel Glusberg y Leopoldo Lugones |
La editorial
de Glusberg se llamaba "Babel", y ése era también el nombre de la
revista que redactó entre 1921 y 1951. Simultáneamente, como "Enrique
Espinoza", publicaba sus propios libros: "La levita gris",
"Heine, el ángel y el león", "Compañeros de viaje" y
otros. Instalado en Santiago de Chile continuó publicando allí la revista
"Babel", hasta que el golpe de Pinochet lo empujó de nuevo a Buenos
Aires. Fue asiduo colaborador de la revista literaria DAVAR, publicada por la Sociedad Hebraica.
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