Los hermanos Ashkenazi (fragmento)
de Israel Yehoshúa Singer
Abraham Hersh separó a los mellizos inscribiendo a cada uno en un jéder distinto. Aunque solo unos pocos minutos los separaban, en capacidad mental la diferencia entre ellos se cifraba en años.
Jacob Búnem era un niño normal para su edad, un alumno del montón que no daba muestras de ser una promesa excepcional. Aprendía con gran esfuerzo sus lecciones de la Guemará y las memorizaba a fin de demostrar algún progreso cuando su padre lo examinaba tras la siesta del sábado.
-Bueno, qué le vamos a hacer - gruñía Abraham Hersh, no demasiado satisfecho con los avances de su hijo-. Ve y dile a tu madre que te dé la merienda, y procura hacerlo mejor la próxima vez.
Jacob Búnem notaba que había defraudado a su padre y una sombra atravesaba su alegre semblante, pero sólo por un momento. En cuanto su madre ponía delante de él unas galletas y la compota de ciruelas, volvía a ser el mismo y hasta le entraban ganas de reír sin razón aparente.
Distinto era el caso de Simja Meir. Se trataba de un prodigio, y cuando su padre advirtió que el nivel del muchacho superaba la capacidad del maestro, lo sacó del jéder y se lo encomendó a Baruj Wolf de Leczyca, instructor de chicos que llegaban a la mayoría de edad religiosa y aun mayores, jóvenes ya apalabrados para el matrimonio.
Cada sábado, Baruj Wolf llegaba a la casa de Abraham Hersh para examinar a su alumno. Mientras se bebía varios litros de té caliente, servido de una jarra de cerámica envuelta en paños para conservar el calor, intentaba una y otra vez pillar a Simja Meir con preguntas capciosas y escollos, que el niño salvaba sin esfuerzo. Ríos de sudor corrían por la cara de Baruj Wolf, de resultas del té caliente y de la sabiduría del muchacho.
- Señor Abraham Hersh - murmuró un día al oído del padre en un tono que el niño fácilmente podía oír -. Está usted criando un genio, una mente prodigiosa.
Abraham Hersh se sintió feliz, pero eso no lo tranquilizaba.
- Asegúrese de que sea temeroso de Dios, reb Baruj Wolf - le recalcó al maestro-, un judío decente.
Nunca olvidaba aquella predicción del rebbe de Warka, según la cual su progenie sería de hombres ricos, pero que no decía nada acerca de que también serían judíos temerosos de Dios. Ello le inquietaba más en relación con Simja Meir que con Jacob Búnem. Precisamente el hecho de que el niño fuese un genio le asustaba. Mostraba rasgos que preocupaban al padre. El muchacho quería saberlo todo. Metía la nariz en todas partes; era inquisitivo, exigente e incansable. Abraham Hersh sabía que así se comportaban todos los niños prodigio, pero no por ello se sentía más tranquilo. Estaba convencido de que más importante era obedecer a Dios que ser un buen estudiante de la Torá, y mejor ser un judío sencillo y devoto que un gran estudioso que descuida la propia fe.
Mandó a Simja Meir a la cocina para tomar su merienda del sábado, a fin de cambiar unas últimas palabras con el maestro, no sin antes recordar a su hijo:
- No olvides decir la bendición. ¡Y no la recites aprisa, pronuncia cada palabra con claridad! - Se volvió hacia Baruj Wolf con un suspiro-. No eluda utilizar la vara. El niño necesita una mano firma.
Abraham Hersh había puesto premeditadamente a Simja Meir a cargo de Baruj Wolf de Leczyca. La madre se había opuesto con firmeza a ello, ya que el maestro era conocido en todo Lodz como un tirano que introducía a golpes las enseñanzas en sus alumnos, a algunos de los cuales había llegado a lisiar. Además, los retenía demasiadas horas, desde el amanecer hasta muy tarde por la noche. Los jueves no se marchaban a dormir, sino que permanecían estudiando toda la noche hasta la mañana siguiente. Por otra parte, no sólo les enseñaba la Guemará y la exégesis sino también los comentarios de diversos autores y, lo que era aún más importante, los suyos propios.
Como de costumbre, Abraham Hersh prescindía de lo que una mujer pudiera decir. Le acuciaba el deseo de que al muchacho se le sometiera al yugo del judaísmo, y nadie mejor para ello que Baruj Wolf de Leczyca.
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Israel Yehoshúa Singer nació en Bilgoraj (Polonia) en 1893 y murió en Nueva York en 1944. Hermano mayor de Isaac Bashevis Singer, pasó su infancia en Varsovia, donde el padre era rabino, pero abandonó pronto la casa paterna para dedicarse a la pintura. Desde 1918 y hasta 1921 se unió a los escritores en yiddish del "grupo de Kiev". Convertido en uno de los intelectuales más notables de Varsovia, en 1933 partió a Estados Unidos y se consolidó allí con títulos como Perla y otros relatos (1922) y Yoshe Kalb (1932), al tiempo que trabajaba como colaborador destacado del periódico en yiddish de Nueva York Der Forverts. Allí publicó Los hermanos Ashkenazi en 1937. En 1946 aparecieron sus memorias póstumas.
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