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viernes, 19 de octubre de 2012

Misceláneas judías para la pausa del Sábado

Selección de cuentos, relatos, poemas y fragmentos de las letras judías, de los más diversos autores y de todas las épocas, seleccionados del archivo bibliográfico de la Biblioteca Popular “Alberto Gerchunoff”, con el fin de “iluminar”, a través de la lectura, este momento particular de la semana : “la pausa del sábado”, como lo llamó tan secular y poéticamente, el poeta judeo argentino César Tiempo .

   
Los judíos en la lengua castellana por Alberto Gerchunoff (*)

Las primeras antologías poéticas de España fueron hechas por judíos. Don Francisco de Baena era judío – “judino”, como lo decía él mismo -. Judío era el agudo y atravesado coplero Montoro; judío el prodigioso creador de la “Celestina”; judío el admirable rabino de Carrión, aquel don Sem Tob, lleno de delicia, y de quien habla con benevolencia el altivo don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. Cito a los principales de una época que tiene unidad tanto por el espíritu como por las formas de expresión. Quizá se podrían llevar más lejos las afirmaciones en este sentido y coincidir con los que acusaron de judaísmo a Fray Luis de León. En efecto, el venerable maestro se vió ante los tribunales eclesiásticos y tuvo que levantar cargos muy graves, semejantes a los que pesaban sobre los filólogos racionalistas de su tiempo, que interpretaban la Escritura con un criterio libre. Fray Luis de León levantó todas las acusaciones menos la que le atribuía origen judaico. Cito estos nombres y estos hechos porque revelan, a mi juicio, un fenómeno muy interesante. El judío asimiló la lengua española con extraordinaria profundidad. Si dió al espíritu español, en el proceso de su cultura, matices que caracterizan su originalidad genuina, incorporó al suyo, en cambio, los elementos expresivos del idioma, dentro del cual se manifestó desde el primer instante con una espontaneidad asombrosa. Lo que define, sin duda, al escritor no es la abundancia de las palabras sino la riqueza de los giros. Los judíos de la literatura española se individualizan bajo ese aspecto en una forma sorprendente. Sem Tob asombra; Agustín de Rojas nos causa maravilla. En su obra, la lengua llega a su término completo y es la que nos ofrece mayor opulencia en modismos, proloquios y creaciones proverbiales.
Lo curioso es que al ser expatriados de España y dispersos por los países balcánicos, por el centro de Europa, el Asia y el África, conservaron la lengua aprendida en España. Siguieron pensando en español y cantando en español sus antiguos recuerdos, sus leyendas domésticas, sus esperanzas obscuras. Así como el hebreo continuó siendo su lengua teológica, el español prosiguió siendo la lengua lírica. Y en Ferrara los emigrados vertieron la Biblia a ese español sobrio, rudo y jugoso, en la que subsiste la sustancia del texto patrimonial. Aun hoy, los viajeros de los países hispánicos oyen en Tánger, en Salónica, en Constantinopla, en Monastir, en las calles de El Cairo, resonar el romance arcaico que nació en las ciudades de la península de donde fueron arrojados. En el alma del judío persistió la añoranza de aquella patria magnífica en que se revelaron al mundo, en el esplendor de su genio múltiple, los filósofos, los moralistas, los talmudistas, los poetas.
¿Será acaso por esto que el judío en la América hispánica, en la Argentina, se adapta con tanta prontitud al uso eficaz del idioma? Yo diría que no se adapta. Lo que hace es recobrar un idioma que ya fue suyo y para el cual representa, tal vez, una nueva promesa. Y ello ha de regocijar a los manes de Agustín de Rojas, de Sem Tob, de Montoro, de Fray Luis, de Maimónides, y aun a los del cardenal Sáenz, arzobispo de Sevilla, hace treinta años, descendiente de judíos y que en el día de la destrucción del Templo, anualmente, vestía ropa negra y leía, gimiendo, los lamentos de Jeremías.

Septiembre 18 de 1926


(*) Artículo publicado en:
Gerchunoff, Alberto,  El pino y la palmera, Sociedad Hebraica Argentina, Buenos Aires, 1952.
Edición en homenaje a la vida y a la obra de Don Alberto Gerchunoff.

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